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¿Cómo afrontar las consecuencias psicológicas de la situación de guerra en Europa?

Frente a los recientes acontecimientos de la guerra en Ucrania y el flujo permanente y repetitivo de noticias e imágenes desgarradoras que recibimos de manera casi inmediata, vía la televisión y las redes sociales, vemos una serie de consecuencias psicológicas en la población, que pueden ir desde el estupor y la incredulidad hasta la desesperación. El pensar en el peligro de una generalización de la guerra, la cercanía geográfica y la llegada de miles de desplazados, hace que nuestra impresión de relativa seguridad y previsibilidad de la vida cotidiana a la que estábamos acostumbrados se vea trastocada, de manera aún más importante que cuando soportábamos la Pandemia, porque en éste caso se trata de una violencia extrema ejercida voluntariamente ( con intención de destruir) por seres humanos, dirigidos por una persona desequilibrada contra la que poco podemos hacer.
En esas circunstancias es normal que sintamos una serie de emociones que pueden llegar a abrumarnos: preocupación, irritabilidad, tristeza, llanto, angustia,… , más aún, después de haber vivido dos años de Pandemia, con todos los recuerdos negativos que eso co mporta y que ahora se reactivan con la situación violencia que comporta una guerra. Luego de entender y aceptar lo que nos ocurre, pasemos a ver qué podemos hacer para afrontar la situación y mitigar los efectos negativos sobre nosotros y nuestras familias. Para ello, aquí abordo algunas pautas que podrían serle útiles: 

  1. No ceda al pánico, ni esconda la cabeza (como un avestruz), actívese y siga con sus rutinas de la vida cotidiana, pero tampoco se ponga en una carrera al activismo. Evite los extremos.

  2. Limite el tiempo que se expone a las noticias (la TV y las redes sociales están pasando las mismas noticias e imágenes una y otra vez), si se queda usted mucho tiempo consumiendo esa información llegará a estados de angustia y desesperación que le perjudicará inútilmente.

  3. Infórmese sólo una vez al día, si posible, por la mañana (porque usted estará con mayor energía para modular el impacto de lo que vea), mire las noticias en medios oficiales, para mantenerse informado y saber cómo actuar. Por las noches, evite mirar las noticias, prefiera las películas (comedias, series, reportajes,… etc.), cosas agradables que le permitan ir tranquilamente a dormir y poder conciliar mejor el sueño. 

  4. Atienda a las inquietudes de los niños, no les exponga a demasiada información e imágenes de los noticieros. Pregúnteles lo que saben, lo que han escuchado,… y conteste a todas sus preguntas con tranquilidad, diciéndoles que esa guerra pasará, como muchas cosas malas que han pasado otras veces. 

  5. No se aísle, manténgase en contacto con la familia y amigos, si no lo puede hacer presencialmente, hágalo por internet o teléfono. Participe a reuniones familiares y sociales por videoconferencia (brindis, juegos,…), hable de diversos temas, no solo de la guerra.

  6. Sea solidario, en la medida de sus posibilidades, ocúpese de alguna actividad de solidaridad. El apoyar a otras personas la dará también la impresión de cierto control o cierta acción sobre lo que ocurre. Talvez pueda participar en alguna colecta de fondos o materiales para la acogida de desplazados,… o ayudar a alguna persona de su entorno que tenga una dificultad,… 

  7. Ocúpese de usted mismo, en cosas agradables o útiles, aproveche el tiempo para realizar esas tareas que siempre quiso hacer y no pudo por falta de tiempo u otra razón. Ordenar armarios, dibujar, pintar, escribir, cocinar, cantar, bailar, hacer ejercicio, mejorar su alimentación y hacerla más saludable,…  existen múltiples actividades que se pueden desarrollar para gestionar nuestras emociones y sentir bienestar. Piense que para ayudar a los demás, primero tiene que estar bien usted mismo.

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Cuando el dolor se convierte en una enfermedad

Los centros de atención médica están abarrotados de personas que se quejan de dolores persistentes, que a pesar de las numerosas pruebas y tratamientos efectuados no desaparecen, llegando en muchos casos a perturbar gravemente la calidad de vida, porque el dolor se instala en ella y se convierte en la mayor preocupación de la persona que lo sufre y de la familia que lo observa con una sensación de impotencia y desamparo.

Antes de continuar, veamos la diferencia entre el dolor agudo (o “normal”) y el dolor persistente o “crónico”. El dolor “normal” es el que experimentamos todos después de una picadura, corte, fractura, esguince, inflamación,…. , es un dolor de corta duración que tiene una función de “alarma” (nos indica que algo no está yendo bien en el cuerpo). Así, al tratar la causa, se constata que el dolor disminuye progresivamente y luego desaparece. El dolor crónico o persistente, en cambio, es el que a pesar de que la causa inicial haya sido curada el
dolor no desaparece. Así, vemos numerosos pacientes que han consultado varios especialistas,…. realizado diversas pruebas médicas, tratamientos, a veces incluso hospitalizaciones, …. y el dolor sigue agobiándoles por meses, a veces años, lo que les hace perder toda esperanza. Ese tipo de dolor pierde su función de alarma, dado que una estimulación continua ya no puede ser una señal de algo. Es un dolor inútil y una enfermedad en sí, como lo sostiene el Dr. François Boureau, Miembro de la Asociación Internacional por el estudio del dolor y de la Asociación de terapeutas conductuales de Francia, en su libro “Controlez votre douler”, Ed.Payot.

Cuando estos pacientes son derivados a un tratamiento psicológico, algunos reaccionan mal, sintiéndose incomprendidos, creen que les está acusando de inventarse su malestar y de hablar de un dolor “imaginario”, pero lo que hay que entender es que cuando se habla de un dolor “psicosomático” no se quiere decir que sea imaginario, sino que hay un mecanismo por el que el dolor que se prolonga provoca diversas consecuencias secundarias que mantienen y
amplifican el dolor. Así podemos mencionar: las consecuencias físicas (un dolor se acompaña de una contracción muscular refleja. El músculo contraído puede volverse el lugar de un nuevo dolor y así instalarse un círculo vicioso: dolor-contracción muscular – más dolor, …), las consecuencias psicológicas (la persona se vuelve cada vez más irritable, ansiosa, …) y las consecuencias conductuales (el paciente se vuelve inactivo, reduce sus actividades físicas, no vive normalmente y tiene una mala condición física, con una debilidad muscular que mantiene el dolor). Esas consecuencias, y otras que no menciono ahora por razones de espacio, progresivamente se integran al dolor inicial convirtiéndolo en una verdadera enfermedad. 

Por otro lado, el hecho de que la persona centre toda su atención hacia las zonas adoloridas y a todo lo que pase en ellas (como si se tratara de un “radar” a la pesca de la mínima sensación de dolor) hace que se modifique su sensibilidad (que baje su “umbral” del dolor y llegue a percibir hasta sensaciones habitualmente imperceptibles para cualquier persona). Al prolongarse eso en el tiempo, la persona vive una situación de fatiga permanente (agotamiento de su sistema nervioso), insomnio (un sueño insuficiente o de mala calidad que no permite recuperar la fatiga), ansiedad (irritabilidad, miedo, angustia,…), dependencia de substancias y/o medicamentos (alcohol, analgésicos, benzodiazepinas,…) e incluso depresión (humor depresivo y a veces una depresión real con una falta de energía, pérdida de interés por actividades habituales, tristeza,…).

Para el tratamiento, existen diversos centros especializados del dolor, con una serie cada vez más moderna de tratamientos médicos, farmacológicos, psicológicos,… entre ellos, la Psicoterapia Cognitivo-Conductual y el EMDR, han tenido una evolución importante, con resultados muy alentadores, con la aplicación de una combinación de técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación, hipnosis, Mindfulness,…), de EMDR (para reprocesar memorias de dolor, entre otros problemas anexos) , de reestructuración cognitiva y técnicas conductuales para reorganizar la higiene de vida y las redes de soporte social que ayudan al paciente a ayudarse a sí mismo y colaborar activamente a su propia mejoría.

Información en: www.cleliagalvez.com

¿Está Ud. demasiado preocupado por su salud?

¿Le preocupa  frecuentemente la posibilidad de tener una enfermedad grave?,… Si escucha hablar de alguna enfermedad grave ¿se preocupa Ud. por la posibilidad de cogerla?,… ¿le cuesta creer a su médico cuando éste le dice que no tiene motivos para preocuparse?,… entonces, es probable que usted sufra de lo que comúnmente se conoce como Hipocondría.

La hipocondría es una preocupación o ansiedad excesiva por su propia salud. Los hipocondríacos son, por lo general, personas ansiosas que viven constantemente preocupadas por el miedo “anticipatorio” (pero estando casi convencidas) de tener una enfermedad grave (Cáncer, Sida, Infarto, Ictus,…) y permanecen vigilantes de cualquier cambio en su cuerpo. Se comportan prácticamente como si tuvieran un “radar” en la mente, tratando de identificar cualquier cambio en su cuerpo (un lunar, una mancha, una ligera deformación,…) o sensación (un pinchazo en el pecho, palpitaciones, hormigueo de las manos, dificultad a deglutir,…), y las interpretan, (erróneamente) como signos de  la enfermedad que temen, lo que las sume en una crisis de ansiedad importante, que puede ser agravada por sus pensamientos catastróficos sobre la evolución grave de la enfermedad, la muerte,… y puede llevarles a sufrir un ataque de pánico, y acudir al hospital en emergencia, donde reciben una medicación ansiolítica que le ayuda a calmar momentáneamente su crisis de ansiedad, pero que a la larga no le cura.

La Hipocondría es un trastorno de complejo abordaje y clasificación. Durante muchos años los especialistas debatían sobre si era una enfermedad médica reconocida o era una consecuencia de los trastornos de la ansiedad. Actualmente el sistema de referencia que utilizamos los profesionales de la salud mental para comunicar, el DSM-V, (Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales, elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría), ha dividido la Hipocondría en dos: Trastorno de Ansiedad por Enfermedad y Trastorno de Síntomas Somáticos), pero que en esencia es el mismo problema que conocemos todos.

No se sabe de dónde viene la Hipocondría (existen varias teorías que sería tedioso explicarlas en este artículo),  pero podemos decir que se mantiene por una serie de rituales compulsivos. La persona hipocondriaca está continuamente verificando sus sensaciones “raras” (en función de la enfermedad que cree tener: se mira continuamente en el espejo, pregunta a su entorno, se mide la tensión, traga continuamente la saliva para ver si tiene la deformación que espera,….). Asimismo, busca a asegurarse leyendo revistas de salud, consultando diccionarios médicos, internet, haciendo múltiples preguntas a su entorno,… en algunas ocasiones pueden calmarse momentáneamente con esa información, y en otras veces entran en una “crisis” de ansiedad. Luego, realizan una serie de consultas médicas, buscando siempre opiniones de diferentes especialistas y pasando múltiples exámenes (incluso corriendo riesgos innecesarios), sin que puedan encontrar indicios reales de la enfermedad. Cuando reciben la información de estar en buena salud, tiene dificultades a admitirla; llegando, en los casos más graves, a imaginar que le esconden los resultados, que los médicos son incompetentes, o que se han confabulado con la familia,… y siguen su búsqueda incesante. Cabe señalar, que aunque en menor medida, existe otro tipo de hipocondriacos que por miedo a los resultados se hacen prescribir los múltiples exámenes, pero no llegan a hacerlo.

La vida con una persona hipocondriaca es bastante difícil para el entorno familiar, porque es prácticamente imposible calmarle pues está constantemente focalizada en su enfermedad. Finalmente, si Ud. se reconoce en la descripción que hemos dado aquí, o tiene en su entorno cercano alguien que sufre de Hipocondría, puede ayudarle siendo amable y respetuoso de su problema, pero sin participar en sus verificaciones. Por otro lado,  convenciéndole de buscar un tratamiento psicoterapéutico (con un psicólogo-psicoterapeuta de tipo Cognitivo Conductual) y para los casos de mayor gravedad, combinado con un tratamiento farmacológico (medicación antidepresiva ordenada por un psiquiatra), que es el tipo de intervención que ha mostrado mayor eficiencia en la solución de este problema.


Cómo apoyar a un ser querido que le tocó vivir con una enfermedad crónica.

Si a un ser querido le diagnostican un cáncer o una enfermedad que supone un riesgo vital, usted puede sentirse desesperado, con gran impotencia frente a la situación y sin saber cómo apoyarle para facilitar la adaptación de la persona con los cambios que ocurrirán en su vida y hacer menos difícil su proceso de tratamiento y convivencia con la enfermedad.

Todas las investigaciones concuerdan en señalar que el apoyo de la familia y los amigos tiene un efecto importante en la capacidad de los pacientes a sobrellevar una enfermedad crónica; aunque cada persona tiene una sensibilidad e historia diferentes, cuando se tiene una enfermedad crónica, se necesita sentir el afecto sincero (no la compasión) y la preocupación sana de sus seres queridos.

Recordamos aquí algunas sencillas pautas al respecto:

  1. Infórmese sobre la enfermedad, de ser posible, hable con el equipo médico para saber con claridad las etapas del tratamiento y cómo ayudarle a que integre el diagnóstico en su vida y comience a luchar contra la enfermedad.
  2. Escúchele y dele el apoyo emocional que requiera. Evite de tratar de negar el problema (diciendo “no es nada”, “ya va a pasar”,…). Hágale sentir que no está sola y que tiene gente que la quiere y que estará a su lado en todas las etapas de su tratamiento.
  3. Busque casos de personas que hayan vencido la enfermedad para ponerlas de ejemplo cuando la desmotivación cunda y necesite reactivar la  esperanza.
  4. Cuando informe a la familia, hable con honestidad sobre la situación que toca vivir a la persona, sin dramatismos ni escondiendo diagnósticos. No invente enfermedades raras que tienen tratamiento, por no pronunciar el nombre de la enfermedad y ocultarla  a la familia, eso generará mayor confusión, ansiedad, culpabilidad….
  5. Aborde la enfermedad con los niños, de la manera más clara y dejando bien establecido que ellos no son responsables de la enfermedad (es común ver a niños pequeños sentirse responsables de las cosas negativas que suceden en su entorno e incluso de enfermedades de los padres), responda con claridad  a todas sus inquietudes y ayúdeles a disminuir su ansiedad. Trate de fomentar una vida normal en los niños; sus risas y su afecto ayudarán de manera importante a la persona enferma.
  6. Haga una selección de las personas para compartir la información sobre la enfermedad. Algunas se acercarán más a la familia y participaran en las actividades de apoyo, otras, que tienen relaciones más problemáticas con la enfermedad (no con la persona enferma) tendrán dificultades a saber cómo actuar y por facilidad se alejarán.
  7. Haga una lista de cosas en las que sus amigos y familiares puedan ayudar (las compras, tareas diarias, cuidar a los niños,…etc.) y pídaselas sin reparos, ellos estarán gustosos de hacerlo y de sentir que contribuyen de alguna manera.
  8. La persona que sufre la enfermedad pasará por etapas en las que se sucederán momentos de estrés, ansiedad, cólera, culpabilidad,… etc. De ser posible, que vea un psicólogo (la psicología ha realizado importantísimos avances en el tema) que pueda ayudarle a desarrollar estrategias para integrar lo que le pasa y recuperar la sensación de control de su vida. También puede asistir a sesiones de grupos de apoyo (de diversas asociaciones y hospitales) en los que descubrirá que hay muchas otras personas que están en el mismo trayecto de lucha contra la enfermedad y podrá encontrar estrategias que utilizan otras personas para lidiar con la enfermedad. 
 
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Comprender y ayudar a una persona deprimida.



Hace unas semanas, una noticia que estremeció el mundo del cinema, nos confrontó, de golpe, con la depresión y el suicidio. El actor, tan admirado por muchos, Robin Williams, había decidido acabar con su vida, luego de una larga y grave depresión, de un batallar contra su adicción al alcohol y drogas, y que el recibir un diagnóstico de una enfermedad degenerativa de Parkinson habría precipitado su decisión. Por la frecuencia con la que ocurren estos casos, creo pertinente abordar el tema y dar algunas sugerencias sobre cómo apoyar a una persona que sufre de depresión.

El suicidio es cada vez más frecuente en nuestras sociedades modernas. Probablemente, los cambios profundos que se han dado en nuestros hábitos no sean ajenos al tema: la masificación del uso de las nuevas  tecnologías que ha desplazado a los contactos personales; la vida estresante (con un ritmo marcado por el mercado y la competitividad); el contexto de crisis internacional (el deterioro económico, las pérdidas de trabajo masificadas, desahucios,…que afectan tanto a adultos, como a los hijos adolescentes - estudio reciente del Dr. Victor Fornari , Hospital Zucker Hillside de Nueva York); una perspectiva solitaria e individualista de la vida (la casi desaparición de la vida “en familia” y en “redes de amigos”), han permitido  que la soledad y la depresión hayan tomado un espacio importante en nuestras vidas, convirtiéndose en la principal causa de discapacidad y contribuyendo de manera importante a la carga de morbilidad en el mundo.
La depresión se ha convertido en un problema de salud pública. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la depresión es una enfermedad que afecta a unos 350 millones de personas en el mundo y en los casos más graves conduce al suicidio, que es la principal causa de muerte violenta en el mundo (causa aproximadamente 1 millón de muertes anuales), por encima de homicidios, guerras y accidentes de tráfico. Aunque hay tratamientos eficaces para la depresión, más de la mitad de los afectados en todo el mundo (y más del 90% en algunos países) no reciben esos tratamientos, por falta de recursos y de personal sanitario capacitado, además de la estigmatización de los trastornos mentales y la evaluación clínica inexacta. Las personas con depresión no siempre se diagnostican correctamente (algunos síntomas como la fatiga, falta de apetito,  de impulso sexual o el insomnio, son percibidos por el paciente como un problema físico, por lo que no es fácil detectarlo desde la atención primaria), mientras que otras, que en realidad no la padecen, son diagnosticadas erróneamente y tratadas con antidepresivos.

Cuando hablamos de depresión, no nos referimos a los cambios del estado de ánimo y las respuestas emocionales puntuales a los problemas de la vida cotidiana, sino a una serie de síntomas que se instalan en la vida de la persona, de una manera duradera e intensidad moderada o grave: síntomas afectivos (tristeza, ansiedad,…), cognitivos (indecisión, problemas de atención y memoria,…), motivacionales (poca fuerza de voluntad, deseos de evitación y escape,…), motores (pasividad, dificultad en las relaciones interpersonales,…), fisiológicos (problemas de sueño, apetito,…), llegando a producirle un sufrimiento importante y perturbando su funcionamiento social, laboral y familiar.

La persona deprimida tiene sistemáticamente una perspectiva negativa y pesimista de las cosas; hace una serie de “distorsiones cognitivas” (errores de pensamiento) por las que interpreta la realidad de una manera deformada o totalmente inexacta, pierde toda objetividad y es incapaz de ver la realidad de manera positiva o neutra (cualquier cosa que ocurre, toma dimensiones disproporcionadas).

Según Aaron Beck (1979), el deprimido tiene distorsiones cognitivas en los tres temas importantes de la vida: sus cogniciones sobre sí mismo (ej: “yo no valgo nada”, “no estoy a la altura”, “soy débil”, …);sobre el entorno – el mundo y los otros- (ej: “ el mundo está podrido”, “la gente es egoísta”,…) y sobre el futuro (“nada mejorará jamás”, “no hay esperanza”,…). Esa triada cognitiva negativa, la encontramos (en diversos grados) en todos los pacientes deprimidos, y no son solo simples frases, sino que corresponden a una verdadera creencia sobre sí mismo y el mundo.

¿Cómo podemos ayudar a una persona deprimida?
  • El apoyo de la familia y los amigos es importante.
  • No deje que la persona se aísle, así ella quiera hacerlo.
  • Inclúyale en las actividades agradables e insístale con gentileza (sin forzarle) para que participe.
  • Escúchele, compréndale, sin manifestarle compasión, sino más bien mostrándole afecto y ganas de apoyarle. Sabemos que el discurso de una persona deprimida puede ser difícil a soportar por el constante contenido pesimista, sin embargo, una escucha atenta, comprensiva y afectuosa puede ayudarle a tomar consciencia del problema y entrever la posibilidad de buscar tratamiento. 
  • Convénzale de ir a pedir ayuda profesional (Psicólogo, Psiquiatra). Una terapia (con medicación y/o psicoterapia, dependiendo del grave de afectación) aplicada oportunamente resolverá el problema. Una psicoterapia cognitiva-conductual ha demostrado eficiencia tanto en el tratamiento de la depresión, como en la prevención de la recaída.
  • Si la persona que deprime tiene hijos pequeños, es de mayor urgencia el ponerse en tratamiento (medicación y psicoterapia), a fin de preservar la salud mental de los pequeños.
  • Si sospecha que la persona tiene algunas ideas suicidarias, o escuchó algunas expresiones que hagan pensar a ello, ¡tómelas en serio!. Hable con la persona, pregúntele sus razones, no la deje sola, gane tiempo y prevenga a la familia y a los profesionales que podrían intervenir.
  • Si es alguien que ya hizo tentativas de suicidio, hay que tener mayor cuidado, porque según diversas investigaciones la mitad de los que intentaron suicidarse, llegaron a hacerlo finalmente.

Para entender mejor lo que vive internamente una persona deprimida, visione un video muy didáctico promovido por la OMS, “Yo tenía un perro negro que se llamaba depresión” y que fue elaborado por un publicista norteamericano que vivió la experiencia de la depresión. http://youtu.be/vpN8px2QVHI









¿Qué es la terapia EMDR?

El EMDR, o Desensibilización  y Reprocesamiento a través de Movimientos Oculares (en inglés: Eye Movements Desensibilization and Reprocessing), es un método psicoterapéutico que, a través de la estimulación de los dos hemisferios cerebrales, permite que las capacidades naturales del ser humano puedan reprocesar los recuerdos traumáticos (experiencias duras de vivir y de recordar) y restablecer su equilibrio emocional. Es un método reconocido por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como el tratamiento de primer orden para el Trastorno de Estrés Post Traumático, por los resultados positivos de numerosas investigaciones que se realizaron con los veteranos de guerra y las víctimas de abusos sexuales, aunque el desarrollo posterior de este método permite abordar un abanico importante de los problemas psicológicos.

El EMDR (como gran parte de los descubrimientos científicos) fue descubierto por casualidad por la Dra. Francine Shapiro, en los Estados Unidos, en los años 80, cuando ella iba paseando por un parque, teniendo en la mente una serie de pensamientos negativos que la perturbaban, los que fueron disminuyendo a medida que ella iba haciendo determinados movimientos oculares; al darse cuenta de ello, comenzó a probarlo con otras personas y progresivamente, ese descubrimiento básico,  fue objeto de numerosos ajustes e investigaciones para llegar a tener una verdadera herramienta terapéutica, cuyo desarrollo actual es mucho más amplio de lo que deja suponer su nombre, el que no fue cambiado dado el posicionamiento que ya había alcanzado.

El nombre EMDR, podría llevar a pensar que se trata de algo muy limitado.  Ese fue mi caso, cuando hace más de 20 años, (como miembro del personal científico de una universidad europea y de un equipo de terapeutas de orientación cognitivo-conductual que era un referente en el tratamiento de trastornos de ansiedad), al escuchar que en los Estados Unidos se estaba desarrollando esta metodología, pensé que era una más, de las tantas tentativas no serias que iban apareciendo. Muchos años después, la realidad me demostró lo contrario: los resultados sobre el Estrés Post Traumático iban haciéndose más conocidos y , especialmente, cuando me solicitaron que atendiera vía online, a un paciente que había perdido a su esposa y a uno de sus hijos, en un grave accidente en el que él conducía y que unos instantes de somnolencia habían provocado semejante catástrofe. Consciente de las limitaciones de la intervención vía online en un problema tan grave como ese, recomendé de buscar un terapeuta EMDR certificado por la asociación del país en el que se encontraba esta persona. Al poco tiempo recibí una comunicación del paciente para agradecerme por haberlo referido e informarme que ya estaba bien y había retomado su vida habitual. Por lo que tomé la decisión de formarme y certificarme como terapeuta EMDR, para complementar el abanico de mis herramientas terapéuticas.

Para entender cómo funciona el EMDR, hay que recordar algunas nociones que nos vienen de las neurociencias: el efecto de los movimientos oculares en el procesamiento de información durante el sueño, el funcionamiento de los dos grandes sistemas memoria (implícita y explícita) y finalmente nuestro sistema innato de procesamiento de la información.

Los movimientos oculares
Lo que ocurre con los movimientos oculares en el EMDR (aunque en terapia se utiliza varias modalidades de estimulación de los hemisferios cerebrales) es comparable a lo que ocurre cuando dormimos. Durante la fase del sueño REM (fase de movimientos oculares o “paradoxal”, en la que estando dormidos tenemos una actividad neurofisiológica importante: movimientos oculares, ritmo cardiaco acelerado,…) es que ocurren los sueños, se procesa lo aprendido durante el día y se consolida en la memoria. Si durante la noche no tenemos una fase REM adecuada, no recordaremos gran cosa de lo que aprendimos el día anterior.

Los dos sistemas de memoria
La memoria implícita (que es la que más nos interesa en este caso) se conoce así porque no es verbal (no necesita palabras para tratar y almacenar la información), se desarrolla desde antes del nacimiento (los bebés pueden reconocer la voz de la madre, la música que escucharon durante la gestación,…) y se procesa de manera automática (sin participación de la consciencia); ella utiliza la parte emocional de nuestro cerebro por medio de una estructura que se llama amígdala (que con el hipocampo, la parte pre-frontal del cerebro y el tronco cerebral, son responsables de nuestra gestión emocional). En esta memoria se encuentran nuestros modelos mentales y patrones de conducta (maneras de funcionar que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida), nuestros hábitos, percepciones, memoria corporal y la memoria procedural (procesos que hemos aprendido en algún momento y que luego lo hacemos automáticamente: como montar en bicicleta, conducir, abrocharse un botón,…), los condicionamientos,…etc.  Es una memoria que almacena información sobre todo lo que vivimos, sin que nos demos cuenta, dándole un tono emocional a nuestras vivencias y cuando recuperamos la información  no tenemos la impresión de estar recordando (los recuerdos y las emociones se imponen en la mente y por ende en el cuerpo). Así, puede ocurrir que podamos tener una reacción exagerada ante un estímulo inofensivo (una paloma, perro, oscuridad,…etc.) porque hubo una experiencia impactante anterior que hizo que desarrolláramos un miedo, o incluso, una fobia.

La memoria explícita, es la que es consciente e intencional, se desarrolla en los primeros años de vida y almacena las informaciones en función de la atención que se les presta; allí están los conocimientos que vamos adquiriendo a la largo de la vida (operaciones matemáticas,…) y cuando recuperamos la información tenemos la sensación de recordar.

Nuestro sistema innato de procesamiento
El ser humano tiene un sistema, innato, de procesamiento de la información por el que trata, analiza y almacena los sucesos que le llegan tanto del exterior como de sus propias vivencias, haciendo sus respectivas conexiones con lo que ya conoce y está almacenado en su memoria, a la misma velocidad a la que vamos viviendo.  

Como el cerebro tiene una perspectiva de supervivencia va procesando toda la información de nuestras vivencias, y sí en algún momento vivimos algo traumático (difícil de vivir y recordar), el sistema lo almacena en nuestra memoria implícita sin procesarlo, con todo el contenido emocional del momento, lo que hace que las conexiones que debían hacerse no se hagan y la persona guarde una sensibilidad o desarrolle un síntoma que se activará automáticamente cuando encuentre algún estímulo o hecho menor, que al tener algunos factores comunes con ese recuerdo no procesado, pueda generarle un malestar o incluso algún trastorno psicológico que perturbe su vida.

La Terapia EMDR
EMDR es un tipo de terapia centrado en el paciente, en el que el terapeuta va a estimular los dos hemisferios cerebrales (por movimientos oculares, estimulación táctil o sonora) y los mecanismos naturales de curación de la persona, a fin de que su propio sistema de procesamiento de información se active y reprocese los recuerdos generadores de perturbación, así como los pensamientos, las creencias negativas, las sensaciones y emociones asociados a ese recuerdo; no para olvidarlos, sino para almacenarlos adecuadamente en la memoria, con sus conexiones específicas y despojados de la emotividad perturbadora que le impide de vivir bien.

Este método, inicialmente se desarrolló para el Estrés Post Traumático, actualmente ha alcanzado un desarrollo importante y tiene protocolos específicos para abordar todo un abanico de problemas psicológicos: ataques de pánico, fobias, obsesiones-compulsivas, ansiedad generalizada, trastornos alimentarios, adicciones, duelo, dolor crónico, trastornos de personalidad,…

El EMDR parece muy simple a aplicar, por lo que vemos muchas personas haciendo ensayos como si se tratara de una receta a seguir, por lo que hay que tener cuidado. Es un protocolo bastante complejo y requiere una formación especializada, porque la sesión puede activar un bagaje emocional importante, por lo que es indispensable de estar en manos de un terapeuta con la formación y la experiencia adecuadas. Los terapeutas están certificados por la Asociación de EMDR de cada país. Así en España, es la Asociación Española de EMDR  que garantiza la calidad del trabajo de sus terapeutas.

Para encontrar  un terapeuta certificado en su localidad, puede visitar la web: www.emdr.es.



Comprender el "burn out" o el agotamiento profesional

Todas las demandas que recibimos del entorno (laboral, familiar, social, ambiental,…) , a las que nuestro organismo debe responder,  nos generan un cierto nivel de estrés. Un poco de estrés, hace que nuestro desempeño sea adecuado (trabajamos mejor y nos esforzamos por mantener nuestras relaciones). Sin embargo, soportar un exceso de estrés nos genera malestar y cuando esa situación se prolonga en el tiempo, puede llevarnos a sufrir toda una serie de síntomas físicos y psicológicos que afectará, de manera dramática, nuestra manera de vivir. Es lo que conocemos como « burn out » o agotamiento profesional.

Podría decirse que el « burn out » (síndrome del quemado) es el grado extremo de un estrés laboral. Un fenómeno que afecta a la persona que ha ido soportando un alto nivel de estrés durante un período largo de tiempo, lo que le ha provocado un agotamiento físico y psicológico.  Recordemos que el organismo humano es como una máquina con reservas emocionales limitadas para afrontar los retos de la vida cotidiana. Una vez que esas reservas desaparecen, la persona entra en una fase de agotamiento general que invade todos los aspectos de su vida.

Hace unas décadas, cuando se comenzaba a diagnosticar este sindrome, se pensaba que afectaba esencialmente a los profesionales de la salud y a los que atendían emergencias (como bomberos, policías,…) . Actualmente,  se puede decir que toda la población podría desarrollarlo,  por el contexto de crisis en el que se vive, con preocupaciones económicas que se han multiplicado y convertido en una fuente inagotable de estrés, así como el temor a un futuro incierto que se ha fortalecido en el discurso habitual de la población, lo que mantiene una especie de angustia latente. Hoy, podemos encontar personas con burn out en diferentes actividades profesionales : desde empresarios y directivos (preocupados por mantener la competitividad o por la supervivencia de sus empresas) , artistas, escritores, profesores, vendedores, fuerzas del orden,…, hasta los trabajadores irregulares, rutinarios o incluso los parados (los últimos por ausencia de estimulación).

Cabe señalar, que no son las actividades profesionales las que determinan que se desarrolle un burn out, porque es el resultado de un conjunto de factores psicológicos (personalidad, actitud con la que se desempeña el trabajo, expectativas desmesuradas, frustraciones,…) , factores laborales (horarios largos y dificiles, mal manejo de jerarquías y decisiones, remuneración disproporcionada con el esfuerzo desplegado, riesgo de perder el empleo,…), factores externos (crisis económica , inestabalidad política y jurídica,...). Aunque, podría considerarse como el factor más importante a la actitud con la que la persona enfrenta su trabajo y todo lo que le ocurre en la vida.

La dinámica actual de la sociedad globalizada, ha hecho que las personas se hayan acostumbrado a priorizar el trabajo y la productividad , y se hayan habituado a vivir con los sintomas de una sobrecarga de estrés, a tomar paliativos (medicamentos, suplementos, alcohol, drogas,…)  y a no prestar atención a algunos signos de alarma que su organismo les envía ( palpitaciones, manos húmedas, sudores, digestión dificil, trastornos del sueño, un consumo mayor de tabaco y alcohol, una emotividad exacerbada,…), lo que representa un real riesgo para su salud.

Cuando esos sintomas se agravan y entrenan un Burn out, un estado letárgico invade la vida de la persona. A nivel fisico, tiene una fatiga que no puede recuperar con el sueño ni el descanso. Su productividad baja de manera estrepitosa. Tiene la impresión que su cuerpo no responde más y tiene una gran dificultad a hacer frente al esfuerzo físico (hasta para subir escaleras,..). Problemas regulares de sueño. Perturbaciones alimentarias (al inicio, come mucho y luego su apetito desaparece). Su consumo de estimulantes se dispara (tabaco, alcohol, medicamenteos,…),…

A nivel psicologico, se observa un cuadro depresivo importante, con pérdida de energía y motivación (hasta levantarse de la cama significa un esfuerzo considerable).  La apatia invade todos los aspectos de su vida. Sus emociones se perturban (de haber sentido las emociones de manera excesiva, tiene la impresión de no sentir nada, de estar indiferente a todo lo que le rodea). El sentimiento de ser inútil y la devalorización de sí mismo. Un malestar general gana progresivamente todos los elementos de la vida y es acompañado de un cuestionamiento de todo (de su familia, su trabajo, su vida social, de su vida en general).  Sus relaciones con su entorno se vuelven frios, casi robóticos, con las consecuencias que podemos, todos, inferir.

Finalmente, si usted reconoce los signos de alarma en su propia vida,  piense que es el tiempo de lavantar el pie del acelerador y pensar a modificar su estilo de vida. Hable con su familia,  pida ayuda a su médico y si lo requiere,  acuda a un psicólogo para que le ayude a reordenar su estilo de vida…, porque si eso avanza hacia un burn out, tendrá que dejar el trabajo, hacer un largo tratamiento médico y psicológico, superar todo un camino de recuperacion y después podrá  volver a la vida activa probablemente en otra actividad, menos estresante. 

Información en: www.cleliagalvez.com



Mejora tu sueño

Tener un sueño reparador es a lo que aspiramos todos, un sueño que nos permita retomar energías para desplegar adecuadamente nuestros esfuerzos y creatividad en las actividades del día siguiente. Aunque eso parezca sencillo, no lo es para las personas que sufren de diversos tipos de insomnio (dificultad a conciliar el sueño, interrupciones frecuentes, despertar precoz,…) que les provoca un estado de fatiga que afecta su desempeño general.


El sueño tiene un ciclo que dura aproximadamente 90 minutos, en los que el cerebro atraviesa por cinco fases (1,2,3,4 y REM), las primeras fases son de un sueño ligero del que se puede despertar fácilmente, y progresivamente se llega hasta el sueño profundo o “paradoxal” o REM (debido a la actividad fisiológica que ocurre en esta fase: movimientos oculares rápidos, aceleración del ritmo respiratorio, cardíaco,…) y es durante esta fase que soñamos y que la memoria consolida lo aprendido en el día ( de allí la importancia de que los estudiantes tengan un sueño adecuado).

El sueño es una de nuestras funciones básicas y cambia con la edad. Todos hemos pasado de dormir prácticamente todo el día (cuando se es recién nacido), a ir adaptando la cantidad y la calidad de sueño, a las diferentes etapas de la vida: en la infancia (el  niño duerme fácilmente cuando se le acostumbra a horarios y rituales definidos, salvo en algunos casos de ansiedad que, en ciertas ocasiones, puede mantenerlos despiertos y/o generarles pesadillas) ; en la adolescencia (los adolescentes le dan menos importancia a sus requerimientos de sueño, incrementan sus actividades sin considerar sus límites, lo que sumado a los cambios hormonales pueden generarles algunas dificultades para conciliar el sueño, que puede afectar su rendimiento escolar).

En la edad adulta es cuando las personas manifiestan una mayor preocupación por el insomnio, por el impacto directo que constatan sobre su funcionamiento general. En esta etapa, tanto los cambios hormonales (como en el embarazo, la menopausia,…) como los cambios sociales (estrés laboral, problemas relacionales, familiares, y obviamente el actual contexto de crisis,…) parecen estar a la base del problema; y en la tercera edad,… (una reducción de la estimulación, poco ejercicio y pocas salidas al aire libre, estarían entre los factores que facilitan la aparición y/o mantenimiento del problema).

Según el Pr. D. Leger (responsable del Centro del Sueño y la Vigilia del Hospital “Hotel Dieu” de París), cuando se avanza en edad, la parte del sueño lento profundo disminuye y el número de interrupciones de sueño durante la noche aumenta. La eficacia del sueño (la relación entre el tiempo que se duerme y el tiempo que se está acostado) pasa de 90% en el adulto joven a 75% después de los 60 años, y el tiempo promedio de sueño disminuye de alrededor de una hora, modificando así el reloj biológico. “Con la edad se instala una tendencia al adelanto de fase: se tiene ganas de ir a dormir más pronto y de levantarse más pronto”. Aunque la mayoría de mayores se quejan sobre todo de despertarse por la noche y no poder volverse a dormir, lo que genera un elevado uso de somníferos, con los problemas que eso representa.

A fin de recurrir a los medicamentos, sin tener realmente la necesidad, aquí van algunas pautas simples para mejorar el sueño:

1.     Ten una higiene de vida que te mantenga en forma. Realiza actividades físicas durante el día (deporte, yoga, caminata, danza,…) sobre todo por la mañana y trata de exponerte a la luz natural del día por lo menos 1 hora por día.

2.     Deja de fumar, si aún no lo has hecho. Los problemas respiratorios que te provoca el tabaco tienen un efecto sobre la calidad de tu sueño.

3.     Trata de respetar tus horarios y rituales de sueño. Así como se hace con los niños (lavarse los dientes, leer un cuento,…), trata de tener un ritual propio que lleve progresivamente tu cuerpo y tu mente a una fase de calma propicia para el sueño (lavarse los dientes, ponerse cremas, lectura de algún libro que no sea una novela que te enganche a seguir leyendo, beber una infusión,…)

4.     Recuerda que el sueño es dividido en ciclos de 90 minutos. Trata de dormir cuando sientas la necesidad: es el momento en el que tu ciclo de sueño comienza.

5.     Si haces una siesta, no pases de 15 minutos y luego de la siesta realiza actividades que te activen física y mentalmente, para llegar a la hora de dormir con un adecuado nivel de fatiga. 

6.     Haz que tu dormitorio sea un ambiente agradable para dormir. Sin ruido ni luces estridentes, con una temperatura moderada (18-19 ºC). Una habitación bien aireada, con sábanas de colores y textura suaves y un colchón bien mantenido (no muy duro ni muy suave).

7.     Por las noches no tomes bebidas excitantes (café, té, sodas, alcohol). Come ligero (evita grasas, hidratos de carbono,…) y no te acuestes justo después de comer.  Un producto lácteo (yogourt o leche) conviene bien por su contenido de triptófano (para la producción de serotonina)

8.     No dejes que las preocupaciones te acompañen a la cama. Puedes utilizar el yoga, una infusión (valeriana, manzanilla, flor de naranjo,…), lectura, meditación o simplemente  escribir en un papel todas las cosas que trotan en tu mente, para tratarlas al día siguiente y luego te vas a la cama, con la mente tranquila.

Si con estas pautas, aún persisten tus problemas de sueño, consulta a un especialista, a fin de ver si no estás desarrollando otros problemas, porque un problema de sueño puede venir en el marco de diversos problemas de salud física y mental. Una terapia para reeducar tu sueño te será de mucha utilidad. 
 

Lo que debe saber sobre la relajación

La investigación clínica ha demostrado que existe una relación estrecha entre  el nivel de estrés que soporta una persona y su estado de salud. Lo que sugiere que un mayor nivel de estrés, que puede ser: agudo (intenso y en un lapso corto de tiempo) o crónico (estrés que perdura en el tiempo) generaría una disminución del bienestar general de la persona y consecuentemente problemas en su salud física (úlceras, diversas disfunciones digestivas, psoriasis, diversos problemas en la piel, asma,…) y/o mental (ansiedad, irritabilidad, problemas de concentración, depresión,…).

La relajación ha sido reconocida científicamente como una técnica que contribuye a la solución de diversos problemas psicológicos y físicos, facilitando el drenaje del estrés acumulado,  disminuyendo consecuentemente el nivel de ansiedad, y generando una sensación de calma y bienestar, de confianza en sí mismo, que permite gestionar adecuadamente las emociones. Cabe señalar que la relajación, por sí sola, no resuelve los problemas, pero es de gran ayuda en la terapia (porque sobre ella se aplican otras técnicas terapéuticas) y sobre todo en la prevención.

Existen numerosas técnicas de relajación, algunas son centradas en la percepción de movimientos y sensaciones de tensión -relajación (por ejemplo: de Jacobson), otras centradas en las imágenes mentales (entrenamiento de Schultz), otras aún con componentes hipnóticos (hipno-relajación) o la propia hipnosis (que no tiene nada que ver con la hipnosis de espectáculo!). Algo que hay que tener claro es, que no existe “la técnica eficaz” para todos, pues cada persona puede reaccionar de una manera diferente ante una u otra, por lo que hay que buscar la que mejor le funciona  a cada persona.

De lo que se trata es de conseguir, a través de la relajación, una sensación de calma y bienestar que permita, a la persona que lo practica, de dejar las tensiones inútiles para que pueda concentrarse únicamente sobre las necesarias para la actividad que quiere realizar; para tomar distancia de lo que le está ocurriendo y ver el mundo exterior y verse a sí mismo con una perspectiva más objetiva. Ciertas personas pueden hacerlo fácilmente, otras, tienen mayor dificultad, pero con un entrenamiento todos pueden lograrlo. Es recomendable de consultar a un psicoterapeuta cognitivo-conductual para entrenarse adecuadamente, si lo requiere.

Finalmente, para cultivar una cierta higiene de vida y prevenir la aparición o agravación de algunos problemas físicos y psicológicos vinculados al estrés, tenga presente que los beneficios de la relajación, no solo puede lograrse con las técnicas específicas de relajación. Existen numerosas actividades que pueden generarle un cierto nivel de bienestar general, entre las que podemos mencionar: las técnicas inspiradas en la medicina asiática (meditación, yoga, tai-chi o shiatsu, masajes, sauna,…), el ejercicio físico regular (pilates, caminatas a paso sostenido, natación, aeróbicos,…), actividades sociales (salidas con amig@s, asistir a espectáculos, tener ciertas actividades de ocio con amigos y familia,…), actividades en el campo (jardinería y cualquier actividad que le procure un contacto con la tierra, el aire sano y actividad física).