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Las fascias y el dolor crónico

Según un científico alemán Thomas Myers (“Vías Anatómicas”, 2015), el sistema fascial estaría vinculado a toda una serie de patologías dolorosas. 
La fascia es un tejido conjuntivo (parecido a una tela fina) que envuelve todo el cuerpo, recubriendo cada uno de los órganos, los músculos, la piel, los huesos,... Las fascias están presentes en todas las partes del cuerpo, desempeñando un papel importante en sus diversas funciones: 1) función de sostén (hacen que los órganos mantengan su forma anatómica y se puedan fijar a la estructura de los huesos)  2) de soporte (en las fascias se encuentran las redes de terminaciones nerviosas, vasculares y linfáticas), 3) de protección (protegen los órganos de las tensiones del estrés y las agresiones que sufre continuamente nuestro cuerpo), 4) de amortiguación (debido a su elasticidad, la fascia permite amortiguar las cargas que sufre el cuerpo) , 5) función hemodinámica (hace posible la circulación de retorno de la sangre y la linfa hacia el corazón y el sistema linfático respectivamente), 6) de defensa (es la primera barrera ante los agentes patógenos que entran en el cuerpo, así como ante la carga de estrés que soporta), 7) de comunicación e intercambio  (intermedian en las actividades vasculares , circulatorias y las nerviosas). El tejido conjuntivo une los diferentes órganos y las diferentes partes entre sí, en una continuidad armoniosa y perfecta que hace posible que nuestro cuerpo funcione de adecuadamente. (Serge Paoletti. “Las fascias: el papel de los tejidos en la mecánica humana. 2004)

Relación de las fascias y el dolor

Según Thomas Myers las fascias estarían relacionadas con toda una serie de patologías dolorosas. Dado que el sistema nervioso autónomo tiene sus ramificaciones en todo el cuerpo, insertadas en las fascias. El sistema nervioso autónomo, a través del sistema simpático (ese que nos pone en alerta para responder al estrés) hace que nuestro cuerpo esté en tensión mientras dura la situación estresante. Si la persona soporta un estrés crónico (quiere decir que se mantiene en el tiempo) las fascias permanecerán tensas también por mucho tiempo, generando en la persona un estado de fatiga y dolor de las partes del cuerpo en las que las fascias se hayan comprimido, irritado, inflamado, quebrado o formado cicatrices,… lo que puede explicar muchos casos de dolor crónico, fibromialgia,… y muchas otras patologías del dolor.

El estrés que soporta una persona puede venir de diferentes fuentes:  1) de su entorno laboral (un trabajo que no le gusta, un ambiente negativo o conflictivo, horarios demasiado largos, ausencia de perspectiva de mejora, ausencia de liderazgo en los dirigentes de la empresa,… ), 2) del funcionamiento familiar (obligaciones rígidas o desmesuradas, conflictos permanentes, impotencia ante las ataduras familiares, falta de reconocimiento, problemas de sobreendeudamiento,…) , 3) entorno medioambiental (barrio peligroso, contaminación, ruido,…) 4) modo en que la persona percibe su entorno (en personas ansiosas o dependientes,… o con experiencias traumáticas, el impacto de los problemas será mayor) y 4) cómo ve la persona su propia capacidad a enfrentar lo que ocurre (se siente con recursos internos para soportarlo o no,… vive una situación de impotencia?,…).

Por todo lo expuesto, es que en los centros especializados del dolor actualmente se aplican paralelamente tratamientos médicos y psicológicos, dado que la persona no solo requiere de las intervenciones físicas y la medicación, sino que tiene que aprender a regular sus emociones, desarrollar una serie de habilidades de gestión del estrés,…, a fin de ayudar a que los tratamientos aplicados surtan efecto y que se mantengan en el tiempo. Al respecto, la psicoterapia cognitivo- conductual y EMDR son las que están demostrando eficiencia, por lo que aconsejo vivamente a la persona que sufre de enfermedades dolorosas de buscar apoyo profesional especializado. 
 



Cuando el dolor se convierte en una enfermedad

Los centros de atención médica están abarrotados de personas que se quejan de dolores persistentes, que a pesar de las numerosas pruebas y tratamientos efectuados no desaparecen, llegando en muchos casos a perturbar gravemente la calidad de vida, porque el dolor se instala en ella y se convierte en la mayor preocupación de la persona que lo sufre y de la familia que lo observa con una sensación de impotencia y desamparo.

Antes de continuar, veamos la diferencia entre el dolor agudo (o “normal”) y el dolor persistente o “crónico”. El dolor “normal” es el que experimentamos todos después de una picadura, corte, fractura, esguince, inflamación,…. , es un dolor de corta duración que tiene una función de “alarma” (nos indica que algo no está yendo bien en el cuerpo). Así, al tratar la causa, se constata que el dolor disminuye progresivamente y luego desaparece. El dolor crónico o persistente, en cambio, es el que a pesar de que la causa inicial haya sido curada el
dolor no desaparece. Así, vemos numerosos pacientes que han consultado varios especialistas,…. realizado diversas pruebas médicas, tratamientos, a veces incluso hospitalizaciones, …. y el dolor sigue agobiándoles por meses, a veces años, lo que les hace perder toda esperanza. Ese tipo de dolor pierde su función de alarma, dado que una estimulación continua ya no puede ser una señal de algo. Es un dolor inútil y una enfermedad en sí, como lo sostiene el Dr. François Boureau, Miembro de la Asociación Internacional por el estudio del dolor y de la Asociación de terapeutas conductuales de Francia, en su libro “Controlez votre douler”, Ed.Payot.

Cuando estos pacientes son derivados a un tratamiento psicológico, algunos reaccionan mal, sintiéndose incomprendidos, creen que les está acusando de inventarse su malestar y de hablar de un dolor “imaginario”, pero lo que hay que entender es que cuando se habla de un dolor “psicosomático” no se quiere decir que sea imaginario, sino que hay un mecanismo por el que el dolor que se prolonga provoca diversas consecuencias secundarias que mantienen y
amplifican el dolor. Así podemos mencionar: las consecuencias físicas (un dolor se acompaña de una contracción muscular refleja. El músculo contraído puede volverse el lugar de un nuevo dolor y así instalarse un círculo vicioso: dolor-contracción muscular – más dolor, …), las consecuencias psicológicas (la persona se vuelve cada vez más irritable, ansiosa, …) y las consecuencias conductuales (el paciente se vuelve inactivo, reduce sus actividades físicas, no vive normalmente y tiene una mala condición física, con una debilidad muscular que mantiene el dolor). Esas consecuencias, y otras que no menciono ahora por razones de espacio, progresivamente se integran al dolor inicial convirtiéndolo en una verdadera enfermedad. 

Por otro lado, el hecho de que la persona centre toda su atención hacia las zonas adoloridas y a todo lo que pase en ellas (como si se tratara de un “radar” a la pesca de la mínima sensación de dolor) hace que se modifique su sensibilidad (que baje su “umbral” del dolor y llegue a percibir hasta sensaciones habitualmente imperceptibles para cualquier persona). Al prolongarse eso en el tiempo, la persona vive una situación de fatiga permanente (agotamiento de su sistema nervioso), insomnio (un sueño insuficiente o de mala calidad que no permite recuperar la fatiga), ansiedad (irritabilidad, miedo, angustia,…), dependencia de substancias y/o medicamentos (alcohol, analgésicos, benzodiazepinas,…) e incluso depresión (humor depresivo y a veces una depresión real con una falta de energía, pérdida de interés por actividades habituales, tristeza,…).

Para el tratamiento, existen diversos centros especializados del dolor, con una serie cada vez más moderna de tratamientos médicos, farmacológicos, psicológicos,… entre ellos, la Psicoterapia Cognitivo-Conductual y el EMDR, han tenido una evolución importante, con resultados muy alentadores, con la aplicación de una combinación de técnicas de regulación emocional (control respiratorio, relajación, hipnosis, Mindfulness,…), de EMDR (para reprocesar memorias de dolor, entre otros problemas anexos) , de reestructuración cognitiva y técnicas conductuales para reorganizar la higiene de vida y las redes de soporte social que ayudan al paciente a ayudarse a sí mismo y colaborar activamente a su propia mejoría.

Información en: www.cleliagalvez.com

¿Cuándo consultar un psicólogo?

Antiguamente, apenas se podía mencionar que se consultaba un psicólogo, por la errónea idea de “anormalidad” que se le había asociado a ese proceso y a la persona que recurría. Hoy, la situación es otra. Gracias al desarrollo acelerado de las neurociencias (que nos hacen conocer cada vez más, lo que pasa en nuestro cerebro cuando actuamos y nos relacionamos en la vida cotidiana) y de la tecnología de la información (internet y otros medios de comunicación); una población más amplia (y más educada), ha tenido un mayor acceso a investigaciones e información sobre su salud mental, lo que ha contribuido a elevar su nivel de entendimiento y dar ese paso que tanto temía.

Actualmente, es ampliamente reconocido que todas las personas podemos, en algún momento de nuestras vidas, tener algún problema de tipo psicológico que requiera consultar con un psicólogo. Hacer una psicoterapia, ayuda a resolver el problema con prontitud y evitar que una situación de malestar se pueda prolongar en el tiempo, llegando no solo a afectar de manera importante nuestra calidad de vida, sino también a cronificarse (agravarse).

Van algunos ejemplos de los problemas psicológicos que podemos tener en algún momento y que requieren un apoyo profesional:

  • Cuando nos sentimos deprimidos, sin ganas ni voluntad para realizar las tareas habituales; cuando el placer de vivir se ha esfumado y vemos nuestra vida sin sentido.
  • Cuando hemos vivido un hecho traumático: agresión, accidente, asalto, duelo, separación, enfermedad, despido,… y nos es difícil de retomar el control de nuestra vida.
  • Cuando sentimos que el miedo y la ansiedad han invadido nuestras vidas (con angustias, obsesiones, celos exagerados, fobias,…)
  • Cuando nos vemos en la incapacidad de gestionar las situaciones de estrés de nuestra vida cotidiana (en el trabajo, la familia,…)
  • Cuando las relaciones con otras personas se vuelven difíciles (dificultades para hablar con la gente, hacer y/o conservar los amigos, hablar en un grupo,…)
  • Cuando nuestra vida de pareja se vuelve insatisfactoria (con conflictos frecuentes, comunicación deficiente o ausente,…) o nuestra vida sexual ya no es la que quisiéramos (falta de deseo sexual, dolor, eyaculación precoz, disfunción eréctil,…)
  • Cuando no podemos controlar algunos de nuestros comportamientos adictivos (consumo de alimentos, alcohol, drogas, medicamentos, tabaco, juego, sexo,…)
  • Cuando estamos en relaciones que nos hacen daño y no podemos establecer límites,… o vamos acumulando y repitiendo fracasos en nuestra vida personal,…
  • Cuando nuestra vida familiar se vuelve problemática (hijos con algunos obstáculos a su desarrollo, hijos que no conocen límites ni respeto de reglas, conyugue que no asume sus responsabilidades,….)

Al tomar la decisión de consultar a un psicólogo, aún hay que encontrar al profesional idóneo, por lo que es necesario informarse sobre el profesional que se quiere consultar (si busca por internet, que sea en páginas web de garantía); visite la página web del profesional y revise su trayectoria, su colegiatura y su especialidad,… no dude en llamarle y preguntarle si tiene alguna duda. 

Información en: www.cleliagalvez.com

¿Qué es la terapia EMDR?

El EMDR, o Desensibilización  y Reprocesamiento a través de Movimientos Oculares (en inglés: Eye Movements Desensibilization and Reprocessing), es un método psicoterapéutico que, a través de la estimulación de los dos hemisferios cerebrales, permite que las capacidades naturales del ser humano puedan reprocesar los recuerdos traumáticos (experiencias duras de vivir y de recordar) y restablecer su equilibrio emocional. Es un método reconocido por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como el tratamiento de primer orden para el Trastorno de Estrés Post Traumático, por los resultados positivos de numerosas investigaciones que se realizaron con los veteranos de guerra y las víctimas de abusos sexuales, aunque el desarrollo posterior de este método permite abordar un abanico importante de los problemas psicológicos.

El EMDR (como gran parte de los descubrimientos científicos) fue descubierto por casualidad por la Dra. Francine Shapiro, en los Estados Unidos, en los años 80, cuando ella iba paseando por un parque, teniendo en la mente una serie de pensamientos negativos que la perturbaban, los que fueron disminuyendo a medida que ella iba haciendo determinados movimientos oculares; al darse cuenta de ello, comenzó a probarlo con otras personas y progresivamente, ese descubrimiento básico,  fue objeto de numerosos ajustes e investigaciones para llegar a tener una verdadera herramienta terapéutica, cuyo desarrollo actual es mucho más amplio de lo que deja suponer su nombre, el que no fue cambiado dado el posicionamiento que ya había alcanzado.

El nombre EMDR, podría llevar a pensar que se trata de algo muy limitado.  Ese fue mi caso, cuando hace más de 20 años, (como miembro del personal científico de una universidad europea y de un equipo de terapeutas de orientación cognitivo-conductual que era un referente en el tratamiento de trastornos de ansiedad), al escuchar que en los Estados Unidos se estaba desarrollando esta metodología, pensé que era una más, de las tantas tentativas no serias que iban apareciendo. Muchos años después, la realidad me demostró lo contrario: los resultados sobre el Estrés Post Traumático iban haciéndose más conocidos y , especialmente, cuando me solicitaron que atendiera vía online, a un paciente que había perdido a su esposa y a uno de sus hijos, en un grave accidente en el que él conducía y que unos instantes de somnolencia habían provocado semejante catástrofe. Consciente de las limitaciones de la intervención vía online en un problema tan grave como ese, recomendé de buscar un terapeuta EMDR certificado por la asociación del país en el que se encontraba esta persona. Al poco tiempo recibí una comunicación del paciente para agradecerme por haberlo referido e informarme que ya estaba bien y había retomado su vida habitual. Por lo que tomé la decisión de formarme y certificarme como terapeuta EMDR, para complementar el abanico de mis herramientas terapéuticas.

Para entender cómo funciona el EMDR, hay que recordar algunas nociones que nos vienen de las neurociencias: el efecto de los movimientos oculares en el procesamiento de información durante el sueño, el funcionamiento de los dos grandes sistemas memoria (implícita y explícita) y finalmente nuestro sistema innato de procesamiento de la información.

Los movimientos oculares
Lo que ocurre con los movimientos oculares en el EMDR (aunque en terapia se utiliza varias modalidades de estimulación de los hemisferios cerebrales) es comparable a lo que ocurre cuando dormimos. Durante la fase del sueño REM (fase de movimientos oculares o “paradoxal”, en la que estando dormidos tenemos una actividad neurofisiológica importante: movimientos oculares, ritmo cardiaco acelerado,…) es que ocurren los sueños, se procesa lo aprendido durante el día y se consolida en la memoria. Si durante la noche no tenemos una fase REM adecuada, no recordaremos gran cosa de lo que aprendimos el día anterior.

Los dos sistemas de memoria
La memoria implícita (que es la que más nos interesa en este caso) se conoce así porque no es verbal (no necesita palabras para tratar y almacenar la información), se desarrolla desde antes del nacimiento (los bebés pueden reconocer la voz de la madre, la música que escucharon durante la gestación,…) y se procesa de manera automática (sin participación de la consciencia); ella utiliza la parte emocional de nuestro cerebro por medio de una estructura que se llama amígdala (que con el hipocampo, la parte pre-frontal del cerebro y el tronco cerebral, son responsables de nuestra gestión emocional). En esta memoria se encuentran nuestros modelos mentales y patrones de conducta (maneras de funcionar que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida), nuestros hábitos, percepciones, memoria corporal y la memoria procedural (procesos que hemos aprendido en algún momento y que luego lo hacemos automáticamente: como montar en bicicleta, conducir, abrocharse un botón,…), los condicionamientos,…etc.  Es una memoria que almacena información sobre todo lo que vivimos, sin que nos demos cuenta, dándole un tono emocional a nuestras vivencias y cuando recuperamos la información  no tenemos la impresión de estar recordando (los recuerdos y las emociones se imponen en la mente y por ende en el cuerpo). Así, puede ocurrir que podamos tener una reacción exagerada ante un estímulo inofensivo (una paloma, perro, oscuridad,…etc.) porque hubo una experiencia impactante anterior que hizo que desarrolláramos un miedo, o incluso, una fobia.

La memoria explícita, es la que es consciente e intencional, se desarrolla en los primeros años de vida y almacena las informaciones en función de la atención que se les presta; allí están los conocimientos que vamos adquiriendo a la largo de la vida (operaciones matemáticas,…) y cuando recuperamos la información tenemos la sensación de recordar.

Nuestro sistema innato de procesamiento
El ser humano tiene un sistema, innato, de procesamiento de la información por el que trata, analiza y almacena los sucesos que le llegan tanto del exterior como de sus propias vivencias, haciendo sus respectivas conexiones con lo que ya conoce y está almacenado en su memoria, a la misma velocidad a la que vamos viviendo.  

Como el cerebro tiene una perspectiva de supervivencia va procesando toda la información de nuestras vivencias, y sí en algún momento vivimos algo traumático (difícil de vivir y recordar), el sistema lo almacena en nuestra memoria implícita sin procesarlo, con todo el contenido emocional del momento, lo que hace que las conexiones que debían hacerse no se hagan y la persona guarde una sensibilidad o desarrolle un síntoma que se activará automáticamente cuando encuentre algún estímulo o hecho menor, que al tener algunos factores comunes con ese recuerdo no procesado, pueda generarle un malestar o incluso algún trastorno psicológico que perturbe su vida.

La Terapia EMDR
EMDR es un tipo de terapia centrado en el paciente, en el que el terapeuta va a estimular los dos hemisferios cerebrales (por movimientos oculares, estimulación táctil o sonora) y los mecanismos naturales de curación de la persona, a fin de que su propio sistema de procesamiento de información se active y reprocese los recuerdos generadores de perturbación, así como los pensamientos, las creencias negativas, las sensaciones y emociones asociados a ese recuerdo; no para olvidarlos, sino para almacenarlos adecuadamente en la memoria, con sus conexiones específicas y despojados de la emotividad perturbadora que le impide de vivir bien.

Este método, inicialmente se desarrolló para el Estrés Post Traumático, actualmente ha alcanzado un desarrollo importante y tiene protocolos específicos para abordar todo un abanico de problemas psicológicos: ataques de pánico, fobias, obsesiones-compulsivas, ansiedad generalizada, trastornos alimentarios, adicciones, duelo, dolor crónico, trastornos de personalidad,…

El EMDR parece muy simple a aplicar, por lo que vemos muchas personas haciendo ensayos como si se tratara de una receta a seguir, por lo que hay que tener cuidado. Es un protocolo bastante complejo y requiere una formación especializada, porque la sesión puede activar un bagaje emocional importante, por lo que es indispensable de estar en manos de un terapeuta con la formación y la experiencia adecuadas. Los terapeutas están certificados por la Asociación de EMDR de cada país. Así en España, es la Asociación Española de EMDR  que garantiza la calidad del trabajo de sus terapeutas.

Para encontrar  un terapeuta certificado en su localidad, puede visitar la web: www.emdr.es.



¿Por qué hay un psicólogo en una clínica dental?

Es una pregunta que hemos escuchado muchas veces, porque aparentemente esas dos profesiones (la psicología clínica y la odontología) no tendrían relación alguna, sin embargo la realidad nos demuestra lo contrario. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 15% de la población general sufre de “odontofobia” o fobia al dentista, un problema probablemente originado por sus experiencias negativas pasadas (de dolor, pérdida de control, pánico,…) durante sus intervenciones dentales.

Las personas “odontofóbicas”, no acuden al dentista con regularidad, lo que pone en riesgo su salud dental y le hace soportar las repercusiones en su salud física (caries, dolores de muelas y de cabeza, problemas estéticos, mal aliento,….) y su salud mental (culpabilidad, baja autoestima, sentimiento de impotencia frente a su ansiedad,…). La persona que sufre este tipo de fobia, siente  un miedo paralizante a la idea de tener que visitar un consultorio dental, lo evita al máximo y si ha decidido de hacerlo,  puede llegar a sentir pánico en el camino hacia el consultorio, dentro del consultorio mismo y/o antes de la intervención del profesional.   En algunas ocasiones, puede abandonar el consultorio dental o anular frecuentemente las citas con diversos pretextos, por no confesar el temor que siente.  

Por otro lado, sin llegar a tener una verdadera odontofobia, existe una buena proporción de adultos que tiene una ansiedad al dentista (expresada como temor, aprehensión,…); a pesar de conocer el avance tecnológico que se ha dado en los últimos años en el sector dental, lo que permite, actualmente, tener intervenciones dentales casi indoloros en las clínicas dentales bien equipadas y con profesionales idóneos. Es por esa razón, que el psicólogo ha ingresado al campo de la odontología, a fin de ayudar a los pacientes con ansiedad importante (o con verdaderas fobias) a retomar el control de sus emociones y lograr ponerse en condiciones óptimas para las intervenciones dentales que requieren.

Es así que en las clínicas dentales más modernas, como la nuestra, existe un Servicio Psicológico, en el que el paciente ansioso realiza algunas sesiones previas con la Psicóloga-Psicoterapeuta, quien a través de diversas técnicas (control respiratorio, relajación, hipnosis, técnicas cognitivas,…) adaptas a las características de cada paciente, le ayudará a tratar su fobia al dentista, ansiedad,… u otros problemas que le impidan realizar un tratamiento dental y/o lograr su bienestar general. 

Algunas pautas para hacer frente a una tragedia


La noticia de una catastrofe siempre enluta a la población y genera una masiva expresión de solidaridad con las personas que han tenido que vivir la tragedia, con las que resultaron heridas, con los familiares de los víctimas mortales quienes están afrontando con estupor e incredulidad la partida repentina y violenta de sus seres queridos. Dolor que toma aún una magnitud más grande, cuando esa muerte es el marco de una catástrofe en la que muchas otras personas han perdido la vida.

En situaciones de duelos inesperados por desastres, es probable que las personas desarrollen una serie de síntomas emocionales que se conoce como el Síndrome de Estrés Post traumático (ansiedad importante, problemas de concentración y memoria, recuerdos repetitivos, pesadillas,… etc.).

Este síndrome puede afectar a las personas que han sobrevivido al accidente, a las personas que han sido testigos del hecho y que han visto la muerte de otras personas, a las que han perdido sus familiares,….  Otro aspecto que es también evidente, en esas circunstancias, es la sensación de amenaza a la integridad física de las personas y la pérdida de la sensación de seguridad que tenían en la vida (“la muerte puede venir en cualquier momento”) lo que puede generar ansiedad en ciertas personas, pues la única diferencia entre ellas  y las que perecieron, es el haber estado en el lugar y en el momento ese en el que ocurrió el accidente.

Cuando ocurre cualquier catástrofe o desastre, es indispensable la intervención de emergencia de  un “Equipo de crisis” ( integrado por psicólogos) que puedan acompañar a las personas que han sufrido el traumatismo, a fin de que puedan darles la máxima información sobre todos los síntomas que irán viendo aparecer (en los días siguientes) en su cuerpo y su mente (y que no desesperen por ello), y darles el espacio necesario para que puedan expresar su malestar, sus miedos, su estupor, todas sus inquietudes…; también es una ocasión que sirve al equipo de psicólogos para identificar a las personas que presentan mayor vulnerabilidad y que requerirán un seguimiento psicoterapéutico más profundo.

Los que perdieron a sus seres queridos en la tragedia, tienen que hacer el duelo de ese miembro de la familia que partió repentinamente.  Duelo, que  como todo proceso psicológico varía de una persona a otra, y será más o menos largo en función de muchos factores personales, pero también de sus creencias y de su cultura. Cabe señalar, que superar un duelo es un proceso que pasa por varias etapas: la negación (dificultad a creer la realidad y ser incapaz de actuar)  la cólera o protesta (sentimiento de injusticia, búsqueda de un culpable,…); la desorganización (gran tristeza, ansiedad, impotencia, aislamiento,…), la organización y la adaptación (el reencontrar progresivamente su capacidad a tener placer, a las actividades y nuevos proyectos,…).

Para ayudar, de alguna manera, a que las personas hagan su duelo, van algunas pautas:


En primer lugar, es necesario que el anuncio de la noticia sobre la tragedia, tenga la información clara y repetitiva con el tono de gravedad y de homenaje, para ayudarles  a las personas en duelo a tomar consciencia e integrar en su mente el hecho de la pérdida del familiar. Por eso nos parece realmente muy positivos: la actitud de numerosas personas que en las redes sociales manifiestan su solidaridad y su respeto, así como el hecho de que la ciudad de Santiago de Compostela haya suspendido las actividades festivas como un acto simbólico de respeto al dolor y homenaje , que marca la realidad y la gravedad de la situación.


En segundo lugar, si usted  tiene en su entorno cercano a una persona que tiene que hacer su duelo:


  • Ayúdele en las cosas prácticas de la vida cotidiana (compras, niños,…).
  • Acompáñela prestándole una escucha atenta y amable (sin dramatizar aún más, ni minimizar el suceso).
  • Permítale hablar cuanto quiera de lo ocurrido. Según las investigaciones, cuanto más habla la persona sobre el suceso traumático que ha ocurrido, la ansiedad asociada irá disminuyendo.
  • Inclúyala en actividades de ocio, pero sin forzarle, porque cada uno tiene su propio ritmo.


Si es usted la persona que hace el duelo:
       
  • Acepte la ayuda de sus amigos (para tareas de casa, niños,… etc.).
  • Comparta sus sentimientos con ellos, llore si lo requiere. Para eso están los amigos!.
  • Realice los ritos religiosos o sociales, que correspondan a su sistema de creencias, le ayudarán en la integración de la pérdida del ser querido y a encontrar un sentido a lo ocurrido.
  • Permítase momentos de esparcimiento con amigos y familiares, no se aísle, así no tenga ganas de hacerlo.
  • Participe en actividades con las personas que ya han vivido situaciones parecidas.
  • Si al paso de las semanas, persisten sus dificultades y  con intensidades que le impiden de funcionar (problemas persistentes de apetito, sueño, pérdida de interés por actividades habituales, humor depresiva, aislamiento, alcohol, problemas de memoria y concentración,…), pida ayuda profesional, haga una psicoterapia que le permitirá realizar su duelo en menor tiempo y con menor sufrimiento.

Información en: www.cleliagalvez.com 








Las “crisis de angustia” me estropean la vida!!


“El corazón que bate muy rápido, los músculos que tiemblan, el cuerpo que se pone a transpirar, dolor en el pecho, en el vientre,…”, son algunos de los signos de una “crisis de angustia” que fácilmente reconocen, quienes las han vivido con cierta frecuencia; los que por primera vez los sienten, tienen simplemente la impresión de estar a punto de morirse!. Numerosos son los que llegan a los servicios de urgencias de los hospitales, convencidos de que tienen una crisis cardíaca y se sorprenden o incluso se sienten incomprendidos por los médicos, cuando les dicen que no tienen nada grave.

Un “ataque de pánico” o una “crisis de angustia” (también conocida en algunos países como “crisis de espasmofilia”) no es una simple ansiedad, que es una reacción natural y normal frente a un peligro o una situación de estrés.  Tampoco es un fenómeno raro, se estima que el 5% de la población sufre de ese tipo de problemas, por lo que conviene de explicarlo con algo de detalle.

Un ataque de pánico es una crisis de angustia acompañada de síntomas físicos (muy desagradables y difíciles a soportar) y síntomas cognitivos (mentales) que se reflejan bien en la queja de una paciente:  “Apareció cuando fui a hacer compras…, creí que me iba a volver loca,… me vino una crisis y no es la primera vez. Yo entré al supermercado y cuando fui a la zona baja  para buscar un detergente, me sentí muy rara, como si no fuera yo misma. Mi corazón comenzó a golpear tan fuerte que pensé que me iba a caer,… y salí corriendo del supermercado, pero ni en la calle me iba mejor. Mi corazón seguía batiendo fuerte,.. tenía la impresión de que me estaba muriendo!. Fui de inmediato al hospital y apenas pude hablar con alguien se me pasó…. Luego, me hicieron varias pruebas médicas y me dijeron que todo era normal…., pero yo sé que tengo algo serio!, porque ya son varias veces que me ha venido esto y realmente me estropea la vida!.,… recuerdo que hace cuatro días tuve otra crisis muy fuerte cuando estaba por tomar el tren y no lo tomé, no fui a trabajar!,… y casi a diario tengo pequeñitas, como si comenzaran las crisis y me estropean el día, Desde que me levanto, tengo la impresión de que voy a tener una crisis, me siento mal hasta la noche,…

Cuando los ataques de pánico se instalan en la vida de la persona, se habla ya de un trastorno pánico, que puede presentarse asociado a una Agorafobia (miedo irracional o exagerado a lugares abiertos o con mucha gente,…) o sin ella. Un trastorno pánico es más que una simple crisis de angustia aislada,  éste se caracteriza por la recurrencia (que viene con cierta frecuencia) de ataques que aparecen de manera imprevisible (sin que haya aparentemente algo que los provoque) y se van complicando progresivamente.

El primer ataque viene generalmente de manera imprevista, cuando la persona está realizando cualquier actividad cotidiana, como conducir un coche, comer en un restaurante, caminar en el campo, estar en algún lugar muy concurrido,…cuando , de golpe, siente un gran terror. Le invade la impresión de que una catástrofe le ocurre; y  al igual que la paciente que mencioné antes, tiene la impresión que se va a desmayar, volverse loca o incluso morir en acto!. Siente que su cuerpo se enloquece: siente palpitaciones, dificultad de respirar, sudores, sensación de asfixia…El malestar más intenso le dura sólo algunos minutos, pero el miedo que la crisis regrese no le abandonará más. Su día se le ha estropeado, pero también las siguientes.

Así, marcada por esa primera experiencia catastrófica, la persona tiene temor de volver a estar en las situaciones parecidas a las del primer ataque. Si su primer ataque vino cuando estaba en un restaurante donde había mucha gente, comenzará a tenerle miedo a los lugares cerrados y con mucha gente: restaurantes, tiendas, aviones, cinemas, transportes en común…y comenzar a evitar de frecuentarlos.

Tendrá la impresión de que su universo cotidiano se ha convertido en un terreno minado que puede hacerle daño en cualquier momento. Ella se pone también a vigilar las reacciones de su cuerpo, y cuando descubre que tiene un síntoma que se parece al que tuvo en un ataque de pánico (el corazón que se acelera, un ligera dificultad a respirar, una sensación de garganta apretada), teme que esos pequeños signos estén señalando la venida de la catástrofe y es ese miedo, precisamente, que desencadena otro ataque.

La persona, comienza a sentirse más vulnerable, tiene miedo de estar sola, pide que le acompañen en todos sus desplazamientos (o simplemente no sale de casa), porque siente terror a la idea de tener una crisis cuando esté sola y no haya una persona de confianza que le ayude. Entonces, evita ciertas situaciones y calcula todas sus actividades de manera a estar siempre rodeada de personas conocidas, desarrollando así la agorafobia y otras fobias.

La depresión es otro de los riesgos que, además de las fobias, asechan a las personas que sufren de pánico. Cerca al 20% de personas con ese trastorno hacen tentativas de suicidio. Casi dos de cada tres pacientes con pánico están deprimidos y, en algunos casos, es difícil de determinar si es la depresión que se complicó con ataques de pánico,  o es el sufrimiento causado por los ataques que llegan a generar una depresión en la persona. Otros riesgos vienen del alcohol o los medicamentos (ansiolíticos, benzodiacepinas,..) que utilizan para disminuir sus síntomas durante las crisis y desarrollan rápidamente una dependencia a esas sustancias, lo que obviamente les provocará mayores problemas.

Un “ataque de pánico” ( o “crisis de angustia”) puede durar unos minutos o varias horas, dejando a la persona completamente agotada. Viene por lo general de manera brutal, sea en una situación temida sea al improviso. Hay una diversidad de síntomas, pero las más frecuentemente mencionadas por los pacientes son:
·         * Palpitaciones, taquicardia
·         * Transpiración
·         *Temblores de músculos o sacudones
·         * Sensación de asfixia, dificultad a respirar,
·        *  Dolores toráxicos
·         * Nauseas, dolores abdominales, vómitos
·         * Sensación de vértigo, cabeza vacía, impresión de desmayarse
·    * Sentimiento de despersonalización (como si fuera otra persona, o se mirara como en una película),
·         * Sentimiento de miedo intenso e inexplicable
·

Los síntomas de un ataque de pánico pueden ser muy impresionantes y pueden, a veces, parecerse a una verdadera crisis cardiaca o a de problemas digestivos a repetición (nauseas, vómitos, diarréas,…) . Razón por la que se debe, en un primer momento, hacer un examen médico (cardiaco y digestivo) para descartar una causa orgánica. El descarte rápido permite evitar que se haga crónico el problema y que la persona entre en un circulo vicioso en el que los síntomas físicos y mentales se agraven mutuamente (las crisis se vuelvan cada vez más frecuentes y  el miedo de la crisis genere nuevas crisis….).

Si tiene un familiar o un amigo con este problema, sepa que es realmente serio, pero que tiene tratamiento. Los medicamentos (anxiolíticos y otros) ayudan a corto plazo a disminuir la intensidad de los síntomas durante las crisis pero de ninguna manera hacen que desaparezcan.

El tratamiento reconocido como más eficiente es la Psicoterapia Cognitivo Conductual, que tiene la ventaja de su rapidez (terapias cortas de  algunos meses) durante las cuales el terapeuta ayudará al paciente a desaprender los malos reflejos y adquirir nuevas maneras (y más adaptadas) de dominar sus miedos y retomar progresivamente el control de su vida: aprendiendo a gestionar mejor las reacciones de su cuerpo (sus síntomas físicos), sus emociones, sus maneras de pensar, sus actividades cotidianas, sus relaciones sociales,…. 


Información en: www.cleliagalvez.com




Comprender la depresión.

Al finalizar el año, la mayoría de personas está programando sus reuniones festivas, mientras que otros van confrontándose a su soledad y al dolor de vivir con la depresión, una enfermedad muy común pero grave si no recibe un tratamiento oportuno.

La depresión es un trastorno emocional en el que los sentimientos de tristeza profunda, pérdida, ira, frustración, desesperanza,…  interfieren con la vida cotidiana durante un tiempo prolongado, causándole sufrimiento tanto a la persona que lo padece como a quienes viven con ella, porque es como si estuviera apagada completamente.

La depresión en adolescentes se manifiesta con tristeza, desánimo, pérdida de la autoestima y pérdida de interés por las actividades placenteras habituales. En los niños, con juegos y comportamientos agresivos. En las mujeres, con sentimientos de tristeza, inutilidad, o culpa excesiva y en muchos casos con tentativas de suicidio. En los hombres, con fatiga, irritabilidad, pérdida de interés en las actividades placenteras y problemas de sueño.

En las mujeres la depresión es más común que en los hombres, por la concurrencia de una serie de factores biológicos (hormonales) y psicosociales (ciclos de vida, estrés del trabajo sumado a las responsabilidades del hogar, maltrato,…). Los hombres enfrentan la depresión mayormente recurriendo al alcohol o a las drogas, a un trabajo excesivo y a comportamientos imprudentes o riesgosos.

En los ancianos, los cambios de vida a los que tienen que adaptarse pueden generar o acentuar la depresión, como el hecho de dejar su hogar e irse a vivir a una residencia para la tercera edad, el soportar un dolor crónico, los sentimientos de soledad por la muerte de su conyugue o sus amigos cercanos, la pérdida de su independencia (problemas para movilizarse, cuidar de sí mismo,…), las enfermedades mentales o físicas que puedan tener. 

Veamos los síntomas de la depresión, que no son vividos de la misma manera por todas las personas, pero que en esencia son:
  • Sentimientos persistentes de tristeza, vacío, culpa, pesimismo,
  • Sentimientos de desesperanza,  inutilidad, y/o impotencia,
  • Irritabilidad, agitación o enlentecimiento (al hablar, caminar, actuar,…)
  • Pérdida de interés en las actividades o pasatiempos que antes disfrutaba,
  • Fatiga y falta de energía,
  • Dificultad para concentrarse, pensar, recordar y tomar decisiones,
  • Insomnio, dormir poco o demasiado,
  • Comer excesivamente o perder el apetito (subida o pérdida de peso),
  • Pensamientos suicidas o intentos de suicidio,
  • Dolores y malestares persistentes, dolores de cabeza, cólicos, o problemas digestivos que no se alivian incluso con tratamiento.
La depresión frecuentemente coexiste con otras enfermedades,  como los trastornos de ansiedad (estrés postraumático, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de pánico, fobia social y trastorno de ansiedad generalizada), el abuso o la dependencia  (alcohol u otras sustancias) o con enfermedades físicas (cardiaca, derrame cerebral, cáncer, VIH/SIDA, diabetes, Parkinson,…).

¿Cómo puede ayudar a una persona deprimida?,
1.    Ayúdele a buscar un diagnóstico y tratamiento adecuados. Si es posible, pida la cita en su lugar y acompáñela a la consulta.
2.    Converse con ella,  escúchela con atención y paciencia.
3.    Nunca desvalorice  sus sentimientos pero háblele de la realidad y ofrézcale esperanza.
4.  Nunca ignore los comentarios sobre el suicidio y comuníquelos, de inmediato, a los familiares, terapeuta, o médico.
5. Invítela a integrarse progresivamente a diversas actividades agradables, pero sin presionarle.

Las migrañas aumentarían el riesgo de depresión

Una investigación de la Universidad  de Calgary (Canadá)   puso en evidencia que las personas con migraña pueden desarrollar una depresión clínica, y que esa relación entre los dos trastornos podría también ser de manera inversa.

La migraña, es un dolor invalidante que obliga a la persona a limitar o abandonar su actividad habitual, mientras dura el dolor.  A la actualidad no tiene un tratamiento que lo haga desaparecer, por lo que es necesaria mucha información para que la persona que lo sufre pueda gestionarla.

Se trata de unas crisis o episodios de dolor intenso (en las sienes) que duran entre 4 a 72 horas y se acompañan de náuseas, vómitos, malestar o hipersensibilidad a la luz y los ruidos.

El proceso generalmente se inicia cuando la persona está en contacto con  algunas situaciones (o estímulos) a las que es sensible, como:
  • Afectivas: estrés, angustia, conflictos o situaciones que generan malestar,
  • Ambientales: olores intensos, humo, tabaco, luz brillante, cambios fuertes de temperatura,
  • Hormonales: menstruación, anticonceptivos, terapia con estrógenos,
  • Sueño: demasiado, insuficiente o interrumpido,
  • Alimentos: queso curado, derivados lácteos, zumo de cítricos, chocolate, salchichas, ahumados, comida china, edulcorantes, alimentos industrializados (conservantes, colorante, realzadores de sabor,…) , nueces, patatas, “chips”,
  • Bebidas: alcohólicas (vino, cerveza  y otros licores), bebidas con cafeína,

Para disminuir la ocurrencia  de migrañas, la persona tiene que tomar ciertas precauciones, como:  
  • Identificar los factores que le provocan las migrañas para poder estar más atento y manejarlas mejor,
  • Procurar, en lo posible, de  evitar situaciones que le produzcan estrés,
  •  No dormir demasiado o muy poco,
  • Tratar de hacer comidas a la misma hora y en cantidades similares,
  • Evitar los alimentos y bebidas a las que es sensible,
  •  Evitar los lugares ruidosos o con olores penetrantes.

Cuando se tenga migrañas, consultar a su médico y evitar la automedicación. Una psicoterapia, complementaria al tratamiento médico, podría ser de utilidad para lograr un mejor manejo de los factores que las provocan.
 



¿Por qué consultar un psicólogo?

Antiguamente se asociaba tanto el trabajo del psicólogo al abordaje de la locura, que las personas tenían reticencias a consultarlo. El tener que hablar de que “algo raro” le pasaba por la mente generaba vergüenza y la persona demoraba mucho tiempo en consultar (a veces muchos años) haciendo que sus problemas iniciales se ahondaran, en lugar de solucionarlos  antes de que estos pudieran ocasionar daños en su vida.

Hoy, la realidad va cambiando y existe una “normalización” del hecho de asistir a la consulta de un psicólogo, y paradójicamente se está observando una oferta muy numerosa de terapias (formales y no formales) que pueden llevar a confusión, por lo que pienso que una breve explicación sobre algunos detalles ayudaría a ver tener un panorama más claro. Cabe señalar que por la necesidad de tener un lenguaje accesible las nociones técnicas serán reducidas a su mínima expresión.

La primera diferencia que hay que hacer, es entre las dos grandes clases de problemas psicológicos (o trastornos) que pueden afectar a la persona: los de base orgánica (ocasionados por problemas neuroquímicos en el cerebro) y los de base reaccional (que responden a otras causas).  Por un lado, los trastornos de base orgánica (la gama de trastornos con alucinaciones y rupturas con la realidad) son tratados por un psiquiatra (médico especializado en psiquiatría) con una medicación específica que logre estabilizar al paciente y procurarle una vida relativamente normal. 

Por otro lado, están los problemas de base reaccional, que son mucho más numerosos y de intensidades igualmente diversas. Estos son tratados por un psicólogo especializado en psicoterapia, que puede ser de orientaciones teóricas diferentes (Cognitivo-Conductual, Psicoanalítica, Sistémica, Humanista,…...) las que tienen sus peculiaridades e indicaciones propias.  

¿Por qué problemas podemos consultar un psicólogo?

Cuando sentimos que tenemos un problema que perturba nuestra viva (ocasionándonos un cierto malestar) que intentamos resolver y que no lo logramos, entonces recurrimos a un profesional que nos pueda ayudar a resolverlo.

Podemos tener dificultades que sin llegar a ser trastornos, en el sentido estricto de la palabra, nos generen malestar, estas podrían venir de una falta de aprendizajes (no tuvimos la oportunidad de aprender). Nuestros objetivos serian, en este caso, de desarrollo personal;  quiere decir adquirir (o aprender) ciertas habilidades: de comunicación (para enfrentar mejor las relaciones sociales en el trabajo, en la familia,…), de gestión de tiempo, de afrontamiento adecuado a situaciones de estrés,….

Otro tipo de problemas pueden venir de un exceso (o incluso de una desviación) de aprendizajes (por experiencias traumáticas,  porque nos acostumbramos a actuar de una cierta manera, por la educación que recibimos, por el entorno,… etc.) y entonces podríamos tener el objetivo de resolver algunos problemas de: depresión (como trastorno depresivo, o síntomas depresivos en contextos de crisis de vida o duelos), ansiedad (pánico-angustia, fobias, obsesiones, ansiedad generalizada, estrés, estrés post-traumático, hipocondría,…), problemas alimentarios o de imagen corporal (anorexia, boulimia,…), adicciones (ludopatía, alcohol, compras, sexo,…), problemas de pareja (dificultades a gestionar conflictos, celos patológicos, disfunciones sexuales), dolor crónico,….