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La espiritualidad y nuestra salud mental

La espiritualidad es cada vez más reconocida, en los cuidados de salud física y mental, como un factor que puede contribuir a prevenir, curar o enfrentar la enfermedad. Hace unas décadas solo se reconocía ese aspecto en los servicios de “cuidados paliativos” (enfermedades terminales), sin embargo la práctica clínica nos hace reconocer que los valores espirituales o religiosos y los objetivos de vida que tienen los pacientes, les aportan una contribución innegable a su salud física y psíquica así como a su satisfacción de vivir.

Podemos citar innumerables casos de personas que luego de haber vivido una experiencia de vencer una enfermedad grave han cambiado su perspectiva de vida y se reconocen como personas religiosas practicantes o espirituales. Asimismo,  observar que personas con perspectiva espiritual o religiosa pueden entender con mayor facilidad los límites de la ciencia médica (en caso de enfermedades raras o graves), o en casos de pérdida de sus seres queridos, hacer su trabajo de duelo en menor tiempo (dado que pueden explicarse muchas cosas y encontrar consuelo en su fe) comparado a lo que sucede con ciertas personas “escépticas” que tienen mayor dificultad a integrar una pérdida de un ser querido pues los confronta a la “nada” existencial.  

La espiritualidad entendida como lo hacen algunos autores (Carson, 1989),  es un concepto a dos dimensiones: la dimensión horizontal o existencial que tiene que ver con los valores inherentes a las relaciones humanas y con las actividades que le dan sentido a la vida, y la dimensión vertical o religiosa que hace referencia a una relación con lo trascendental o un Ser supremo. Reconociendo que en una misma persona, la vida espiritual no siempre se desarrolla en ambas dimensiones. Ciertas personas van a concentrarse sobre la dimensión horizontal y a privilegiar los valores de amor, de amistad y de sentido de la vida, sin considerar jamás la relación con lo transcendental. Por otro lado, otras personas  profundamente religiosas se interesaran casi exclusivamente a la relación con el infinito, olvidando de cultivar la dimensión existencial u horizontal de la espiritualidad.

La religión, sería entendida como un conjunto específico de creencias y prácticas de un grupo organizado de confesión (católica, protestante, judía, musulmana,...);  mientras que la espiritualidad tendría una connotación más individual (que puede ser “mística” o no), siendo a menudo definida por las personas como el sentido de la paz, de relación con los demás y de creencias relativas en el sentido de la vida.

Si nos interesamos al bienestar general de las personas, podríamos inferir que sea cual fuere la perspectiva espiritual o religiosa que se tenga, deba tratarse, en lo posible, de ser coherentes con ella, a fin de armonizar su vida con ese eje importante que direcciona sus acciones más nobles. Pues , contrariamente a lo que se espera, muchas veces se observan personas muy religiosas que pertenecen a asociaciones religiosas (“hermandades”, “cofradías”, “templos”…) o espirituales (“fraternidades”,…) que están enfrascadas en conflictos y luchas por el poder o por el dinero que les hace perder el sentido primigenio por el que abrazaron su fe religiosa o perspectiva espiritual, llegando a desnaturalizar el sentido de la asociación y realizar ritos con otros objetivos (figuración social, poder, dinero,…etc.) que en lugar de permitirles elevarse psicológicamente y armonizar su vida, las reduce a preocupaciones bien domésticas que generan malestar y frustraciones y les hacen desperdiciar ese valor profundamente positivo que podría ayudarles a ver la vida con ojos de esperanza y tener la fuerza de enfrentar los retos cotidianos.