No ceda al pánico, ni esconda la cabeza (como un avestruz), actívese y siga con sus rutinas de la vida cotidiana, pero tampoco se ponga en una carrera al activismo. Evite los extremos.
Limite el tiempo que se expone a las noticias (la TV y las redes sociales están pasando las mismas noticias e imágenes una y otra vez), si se queda usted mucho tiempo consumiendo esa información llegará a estados de angustia y desesperación que le perjudicará inútilmente.
Infórmese sólo una vez al día, si posible, por la mañana (porque usted estará con mayor energía para modular el impacto de lo que vea), mire las noticias en medios oficiales, para mantenerse informado y saber cómo actuar. Por las noches, evite mirar las noticias, prefiera las películas (comedias, series, reportajes,… etc.), cosas agradables que le permitan ir tranquilamente a dormir y poder conciliar mejor el sueño.
Atienda a las inquietudes de los niños, no les exponga a demasiada información e imágenes de los noticieros. Pregúnteles lo que saben, lo que han escuchado,… y conteste a todas sus preguntas con tranquilidad, diciéndoles que esa guerra pasará, como muchas cosas malas que han pasado otras veces.
No se aísle, manténgase en contacto con la familia y amigos, si no lo puede hacer presencialmente, hágalo por internet o teléfono. Participe a reuniones familiares y sociales por videoconferencia (brindis, juegos,…), hable de diversos temas, no solo de la guerra.
Sea solidario, en la medida de sus posibilidades, ocúpese de alguna actividad de solidaridad. El apoyar a otras personas la dará también la impresión de cierto control o cierta acción sobre lo que ocurre. Talvez pueda participar en alguna colecta de fondos o materiales para la acogida de desplazados,… o ayudar a alguna persona de su entorno que tenga una dificultad,…
Ocúpese de usted mismo, en cosas agradables o útiles, aproveche el tiempo para realizar esas tareas que siempre quiso hacer y no pudo por falta de tiempo u otra razón. Ordenar armarios, dibujar, pintar, escribir, cocinar, cantar, bailar, hacer ejercicio, mejorar su alimentación y hacerla más saludable,… existen múltiples actividades que se pueden desarrollar para gestionar nuestras emociones y sentir bienestar. Piense que para ayudar a los demás, primero tiene que estar bien usted mismo.
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¿Cómo afrontar las consecuencias psicológicas de la situación de guerra en Europa?
Frente a los recientes acontecimientos de la guerra en Ucrania y el flujo permanente y repetitivo de noticias e imágenes desgarradoras que recibimos de manera casi inmediata, vía la televisión y las redes sociales, vemos una serie de consecuencias psicológicas en la población, que pueden ir desde el estupor y la incredulidad hasta la desesperación. El pensar en el peligro de una generalización de la guerra, la cercanía geográfica y la llegada de miles de desplazados, hace que nuestra impresión de relativa seguridad y previsibilidad de la vida cotidiana a la que estábamos acostumbrados se vea trastocada, de manera aún más importante que cuando soportábamos la Pandemia, porque en éste caso se trata de una violencia extrema ejercida voluntariamente ( con intención de destruir) por seres humanos, dirigidos por una persona desequilibrada contra la que poco podemos hacer.
En esas circunstancias es normal que sintamos una serie de emociones que pueden llegar a abrumarnos: preocupación, irritabilidad, tristeza, llanto, angustia,… , más aún, después de haber vivido dos años de Pandemia, con todos los recuerdos negativos que eso co mporta y que ahora se reactivan con la situación violencia que comporta una guerra. Luego de entender y aceptar lo que nos ocurre, pasemos a ver qué podemos hacer para afrontar la situación y mitigar los efectos negativos sobre nosotros y nuestras familias. Para ello, aquí abordo algunas pautas que podrían serle útiles:
¿Está Ud. demasiado preocupado por su salud?
¿Le preocupa frecuentemente la posibilidad de tener una
enfermedad grave?,… Si escucha hablar de alguna enfermedad grave ¿se preocupa
Ud. por la posibilidad de cogerla?,… ¿le cuesta creer a su médico cuando éste
le dice que no tiene motivos para preocuparse?,… entonces, es probable que
usted sufra de lo que comúnmente se conoce como Hipocondría.
La hipocondría es una preocupación o ansiedad
excesiva por su propia salud. Los hipocondríacos son, por lo general, personas ansiosas
que viven constantemente preocupadas por el miedo “anticipatorio” (pero estando
casi convencidas) de tener una enfermedad grave (Cáncer, Sida, Infarto, Ictus,…)
y permanecen vigilantes de cualquier cambio en su cuerpo. Se comportan
prácticamente como si tuvieran un “radar” en la mente, tratando de identificar
cualquier cambio en su cuerpo (un lunar, una mancha, una ligera deformación,…)
o sensación (un pinchazo en el pecho, palpitaciones, hormigueo de las manos,
dificultad a deglutir,…), y las interpretan, (erróneamente) como signos de la enfermedad que temen, lo que las sume en
una crisis de ansiedad importante, que puede ser agravada por sus pensamientos
catastróficos sobre la evolución grave de la enfermedad, la muerte,… y puede
llevarles a sufrir un ataque de pánico, y acudir al hospital en emergencia,
donde reciben una medicación ansiolítica que le ayuda a calmar momentáneamente
su crisis de ansiedad, pero que a la larga no le cura.
La Hipocondría es un trastorno de complejo
abordaje y clasificación. Durante muchos años los especialistas debatían sobre si
era una enfermedad médica reconocida o era una consecuencia de los trastornos
de la ansiedad. Actualmente el sistema de referencia que utilizamos los profesionales
de la salud mental para comunicar, el DSM-V, (Manual de Diagnóstico de
Trastornos Mentales, elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría), ha dividido
la Hipocondría en dos: Trastorno de Ansiedad por Enfermedad y Trastorno de
Síntomas Somáticos), pero que en esencia es el mismo problema que conocemos
todos.
No se sabe de dónde viene la Hipocondría
(existen varias teorías que sería tedioso explicarlas en este artículo), pero podemos decir que se mantiene por una serie
de rituales compulsivos. La persona hipocondriaca está continuamente
verificando sus sensaciones “raras” (en función de la enfermedad que cree
tener: se mira continuamente en el espejo, pregunta a su entorno, se mide la
tensión, traga continuamente la saliva para ver si tiene la deformación que
espera,….). Asimismo, busca a asegurarse leyendo revistas de salud, consultando
diccionarios médicos, internet, haciendo múltiples preguntas a su entorno,… en algunas
ocasiones pueden calmarse momentáneamente con esa información, y en otras veces
entran en una “crisis” de ansiedad. Luego, realizan una serie de consultas
médicas, buscando siempre opiniones de diferentes especialistas y pasando múltiples
exámenes (incluso corriendo riesgos innecesarios), sin que puedan encontrar
indicios reales de la enfermedad. Cuando reciben la información de estar en
buena salud, tiene dificultades a admitirla; llegando, en los casos más graves,
a imaginar que le esconden los resultados, que los médicos son incompetentes, o
que se han confabulado con la familia,… y siguen su búsqueda incesante. Cabe
señalar, que aunque en menor medida, existe otro tipo de hipocondriacos que por
miedo a los resultados se hacen prescribir los múltiples exámenes, pero no llegan
a hacerlo.
La vida con una persona hipocondriaca es bastante
difícil para el entorno familiar, porque es prácticamente imposible calmarle
pues está constantemente focalizada en su enfermedad. Finalmente, si Ud. se
reconoce en la descripción que hemos dado aquí, o tiene en su entorno cercano
alguien que sufre de Hipocondría, puede ayudarle siendo amable y respetuoso de
su problema, pero sin participar en sus verificaciones. Por otro lado, convenciéndole de buscar un tratamiento psicoterapéutico
(con un psicólogo-psicoterapeuta de tipo Cognitivo Conductual) y para los casos
de mayor gravedad, combinado con un tratamiento farmacológico (medicación
antidepresiva ordenada por un psiquiatra), que es el tipo de intervención que
ha mostrado mayor eficiencia en la solución de este problema.
¿Qué es la terapia EMDR?
El EMDR, o Desensibilización y Reprocesamiento a través de Movimientos
Oculares (en inglés: Eye Movements Desensibilization and Reprocessing), es un método
psicoterapéutico que, a través de la estimulación de los dos hemisferios
cerebrales, permite que las capacidades naturales del ser humano puedan
reprocesar los recuerdos traumáticos (experiencias duras de vivir y de
recordar) y restablecer su equilibrio emocional. Es un método reconocido por la
OMS (Organización Mundial de la Salud) como el tratamiento de primer orden para
el Trastorno de Estrés Post Traumático, por los resultados positivos de
numerosas investigaciones que se realizaron con los veteranos de guerra y las
víctimas de abusos sexuales, aunque el desarrollo posterior de este método
permite abordar un abanico importante de los problemas psicológicos.
El EMDR (como gran parte de los descubrimientos
científicos) fue descubierto por casualidad por la Dra. Francine Shapiro, en los
Estados Unidos, en los años 80, cuando ella iba paseando por un parque, teniendo
en la mente una serie de pensamientos negativos que la perturbaban, los que
fueron disminuyendo a medida que ella iba haciendo determinados movimientos
oculares; al darse cuenta de ello, comenzó a probarlo con otras personas y
progresivamente, ese descubrimiento básico, fue objeto de numerosos ajustes e investigaciones
para llegar a tener una verdadera herramienta terapéutica, cuyo desarrollo
actual es mucho más amplio de lo que deja suponer su nombre, el que no fue
cambiado dado el posicionamiento que ya había alcanzado.
El nombre EMDR, podría llevar a pensar que se
trata de algo muy limitado. Ese fue mi
caso, cuando hace más de 20 años, (como miembro del personal científico de una
universidad europea y de un equipo de terapeutas de orientación
cognitivo-conductual que era un referente en el tratamiento de trastornos de
ansiedad), al escuchar que en los Estados Unidos se estaba desarrollando esta
metodología, pensé que era una más, de las tantas tentativas no serias que
iban apareciendo. Muchos años después, la realidad me demostró lo contrario: los
resultados sobre el Estrés Post Traumático iban haciéndose más conocidos y , especialmente,
cuando me solicitaron que atendiera vía online, a un paciente que había perdido
a su esposa y a uno de sus hijos, en un grave accidente en el que él conducía y
que unos instantes de somnolencia habían provocado semejante catástrofe.
Consciente de las limitaciones de la intervención vía online en un problema tan
grave como ese, recomendé de buscar un terapeuta EMDR certificado por la
asociación del país en el que se encontraba esta persona. Al poco tiempo recibí
una comunicación del paciente para agradecerme por haberlo referido e
informarme que ya estaba bien y había retomado su vida habitual. Por lo que tomé
la decisión de formarme y certificarme como terapeuta EMDR, para complementar el abanico de mis herramientas terapéuticas.
Para entender cómo funciona el EMDR, hay que
recordar algunas nociones que nos vienen de las neurociencias: el efecto de los
movimientos oculares en el procesamiento de información durante el sueño, el
funcionamiento de los dos grandes sistemas memoria (implícita y explícita) y
finalmente nuestro sistema innato de procesamiento de la información.
Los movimientos oculares
Lo que ocurre con los movimientos oculares en el
EMDR (aunque en terapia se utiliza varias modalidades de estimulación de los
hemisferios cerebrales) es comparable a lo que ocurre cuando dormimos. Durante
la fase del sueño REM (fase de movimientos oculares o “paradoxal”, en la que
estando dormidos tenemos una actividad neurofisiológica importante: movimientos
oculares, ritmo cardiaco acelerado,…) es que ocurren los sueños, se procesa lo aprendido durante el día y se consolida en
la memoria. Si durante
la noche no tenemos una fase REM adecuada, no recordaremos gran cosa de lo que
aprendimos el día anterior.
Los dos sistemas de memoria
La memoria implícita (que es la que más nos
interesa en este caso) se conoce así porque no es verbal (no necesita palabras
para tratar y almacenar la información), se desarrolla desde antes del nacimiento
(los bebés pueden reconocer la voz de la madre, la música que escucharon
durante la gestación,…) y se procesa de manera automática (sin participación de
la consciencia); ella utiliza la parte emocional de nuestro cerebro por medio
de una estructura que se llama amígdala (que con el hipocampo, la parte
pre-frontal del cerebro y el tronco cerebral, son responsables de nuestra
gestión emocional). En esta memoria se encuentran nuestros modelos mentales y patrones
de conducta (maneras de funcionar que hemos aprendido a lo largo de nuestra
vida), nuestros hábitos, percepciones, memoria corporal y la memoria procedural
(procesos que hemos aprendido en algún momento y que luego lo hacemos
automáticamente: como montar en bicicleta, conducir, abrocharse un botón,…), los
condicionamientos,…etc. Es una memoria
que almacena información sobre todo lo que vivimos, sin que nos demos cuenta, dándole
un tono emocional a nuestras vivencias y cuando recuperamos la información no tenemos la impresión de estar recordando
(los recuerdos y las emociones se imponen en la mente y por ende en el cuerpo). Así, puede
ocurrir que podamos tener una reacción exagerada ante un estímulo inofensivo
(una paloma, perro, oscuridad,…etc.) porque hubo una experiencia impactante anterior
que hizo que desarrolláramos un miedo, o incluso, una fobia.
La memoria explícita, es la que es consciente e
intencional, se desarrolla en los primeros años de vida y almacena las
informaciones en función de la atención que se les presta; allí están los
conocimientos que vamos adquiriendo a la largo de la vida (operaciones matemáticas,…)
y cuando recuperamos la información tenemos la sensación de recordar.
Nuestro sistema innato de procesamiento
El ser humano tiene un sistema, innato, de
procesamiento de la información por el que trata, analiza y almacena los
sucesos que le llegan tanto del exterior como de sus propias vivencias,
haciendo sus respectivas conexiones con lo que ya conoce y está almacenado en
su memoria, a la misma velocidad a la que vamos viviendo.
Como el cerebro tiene una perspectiva de
supervivencia va procesando toda la información de nuestras vivencias, y sí en
algún momento vivimos algo traumático (difícil de vivir y recordar), el sistema
lo almacena en nuestra memoria implícita sin procesarlo, con todo el contenido
emocional del momento, lo que hace que las conexiones que debían hacerse no se
hagan y la persona guarde una sensibilidad o desarrolle un síntoma que se
activará automáticamente cuando encuentre algún estímulo o hecho menor, que al
tener algunos factores comunes con ese recuerdo no procesado, pueda generarle
un malestar o incluso algún trastorno psicológico que perturbe su vida.
La Terapia EMDR
EMDR es un tipo de terapia centrado en el
paciente, en el que el terapeuta va a estimular los dos hemisferios cerebrales
(por movimientos oculares, estimulación táctil o sonora) y los mecanismos naturales
de curación de la persona, a fin de que su propio sistema de procesamiento de
información se active y reprocese los recuerdos generadores de perturbación,
así como los pensamientos, las creencias negativas, las sensaciones y emociones
asociados a ese recuerdo; no para olvidarlos, sino para almacenarlos adecuadamente
en la memoria, con sus conexiones específicas y despojados de la emotividad perturbadora
que le impide de vivir bien.
Este método, inicialmente se desarrolló para el
Estrés Post Traumático, actualmente ha alcanzado un desarrollo importante y
tiene protocolos específicos para abordar todo un abanico de problemas
psicológicos: ataques de pánico, fobias, obsesiones-compulsivas, ansiedad
generalizada, trastornos alimentarios, adicciones, duelo, dolor crónico,
trastornos de personalidad,…
El EMDR parece muy simple a aplicar, por lo que
vemos muchas personas haciendo ensayos como si se tratara de una receta a
seguir, por lo que hay que tener cuidado. Es un protocolo bastante complejo y
requiere una formación especializada, porque la sesión puede activar un bagaje emocional
importante, por lo que es indispensable de estar en manos de un terapeuta con la formación
y la experiencia adecuadas. Los terapeutas están certificados por la Asociación
de EMDR de cada país. Así en España, es la Asociación Española de EMDR que garantiza la calidad del trabajo de sus
terapeutas.
Para encontrar un terapeuta certificado en su localidad,
puede visitar la web: www.emdr.es.
Las “crisis de angustia” me estropean la vida!!
“El corazón que bate muy rápido, los músculos
que tiemblan, el cuerpo que se pone a transpirar, dolor en el pecho, en el
vientre,…”, son algunos de los signos
de una “crisis de angustia” que fácilmente reconocen, quienes las han vivido
con cierta frecuencia; los que por primera vez los sienten, tienen simplemente
la impresión de estar a punto de morirse!. Numerosos son los que llegan a los
servicios de urgencias de los hospitales, convencidos de que tienen una crisis
cardíaca y se sorprenden o incluso se sienten incomprendidos por los médicos,
cuando les dicen que no tienen nada grave.
Un “ataque de pánico” o una “crisis de
angustia” (también conocida en algunos países como “crisis de espasmofilia”) no
es una simple ansiedad, que es una reacción natural y normal frente a un
peligro o una situación de estrés. Tampoco
es un fenómeno raro, se estima que el 5% de la
población sufre de ese tipo de problemas, por lo que conviene de explicarlo con
algo de detalle.
Un ataque de pánico es una crisis de
angustia acompañada de síntomas físicos (muy desagradables y difíciles a
soportar) y síntomas cognitivos (mentales) que se reflejan bien en la queja de
una paciente: “Apareció
cuando fui a hacer compras…, creí que me iba a volver loca,… me vino una crisis
y no es la primera vez. Yo entré al supermercado y cuando fui a la zona baja para buscar un detergente, me sentí muy rara,
como si no fuera yo misma. Mi corazón comenzó a golpear tan fuerte que pensé
que me iba a caer,… y salí corriendo del supermercado, pero ni en la calle me
iba mejor. Mi corazón seguía batiendo fuerte,.. tenía la impresión de que me
estaba muriendo!. Fui de inmediato al hospital y apenas pude hablar con alguien
se me pasó…. Luego, me hicieron varias pruebas médicas y me dijeron que todo
era normal…., pero yo sé que tengo algo serio!, porque ya son varias veces que
me ha venido esto y realmente me estropea la vida!.,… recuerdo que hace cuatro días tuve otra crisis muy fuerte
cuando estaba por tomar el tren y no lo tomé, no fui a trabajar!,… y casi a
diario tengo pequeñitas, como si comenzaran las crisis y me estropean el día, Desde que me levanto, tengo la impresión de
que voy a tener una crisis, me siento mal hasta la noche,…”
Cuando los ataques de pánico se instalan
en la vida de la persona, se habla ya de un trastorno pánico, que puede
presentarse asociado a una Agorafobia (miedo irracional o exagerado a lugares
abiertos o con mucha gente,…) o sin ella. Un trastorno pánico es más que una
simple crisis de angustia aislada, éste se
caracteriza por la recurrencia (que viene con cierta frecuencia) de ataques que
aparecen de manera imprevisible (sin que haya aparentemente algo que los
provoque) y se van complicando progresivamente.
El primer ataque viene generalmente de
manera imprevista, cuando la persona está realizando cualquier actividad
cotidiana, como conducir un coche, comer en un restaurante, caminar en el
campo, estar en algún lugar muy concurrido,…cuando , de golpe, siente un gran
terror. Le invade la impresión de que una catástrofe le ocurre; y al igual que la paciente que mencioné antes,
tiene la impresión que se va a desmayar, volverse loca o incluso morir en acto!.
Siente que su cuerpo se enloquece: siente palpitaciones, dificultad de respirar,
sudores, sensación de asfixia…El malestar más intenso le dura sólo algunos
minutos, pero el miedo que la crisis regrese no le abandonará más. Su día se le
ha estropeado, pero también las siguientes.
Así, marcada por esa primera experiencia
catastrófica, la persona tiene temor de volver a estar en las situaciones
parecidas a las del primer ataque. Si su primer ataque vino cuando estaba en un
restaurante donde había mucha gente, comenzará a tenerle miedo a los lugares
cerrados y con mucha gente: restaurantes, tiendas, aviones, cinemas, transportes
en común…y comenzar a evitar de frecuentarlos.
Tendrá la impresión de que su universo
cotidiano se ha convertido en un terreno minado que puede hacerle daño en
cualquier momento. Ella se pone también a vigilar las reacciones de su cuerpo,
y cuando descubre que tiene un síntoma que se parece al que tuvo en un ataque
de pánico (el corazón que se acelera, un ligera dificultad a respirar, una
sensación de garganta apretada), teme que esos pequeños signos estén señalando
la venida de la catástrofe y es ese miedo, precisamente, que desencadena otro
ataque.
La persona, comienza a sentirse más
vulnerable, tiene miedo de estar sola, pide que le acompañen en todos sus
desplazamientos (o simplemente no sale de casa), porque siente terror a la idea
de tener una crisis cuando esté sola y no haya una persona de confianza que le ayude.
Entonces, evita ciertas situaciones y calcula todas sus actividades de manera a
estar siempre rodeada de personas conocidas, desarrollando así la agorafobia y
otras fobias.
La depresión es otro de los riesgos que,
además de las fobias, asechan a las personas que sufren de pánico. Cerca al 20% de personas con ese trastorno hacen
tentativas de suicidio. Casi dos de cada tres pacientes con pánico están deprimidos y, en algunos
casos, es difícil de determinar si es la depresión que se complicó con ataques
de pánico, o es el sufrimiento causado
por los ataques que llegan a generar una depresión en la persona. Otros riesgos
vienen del alcohol o los medicamentos (ansiolíticos, benzodiacepinas,..) que
utilizan para disminuir sus síntomas durante las crisis y desarrollan rápidamente
una dependencia a esas sustancias, lo que obviamente les provocará mayores
problemas.
Un “ataque de pánico” ( o “crisis de angustia”) puede durar unos
minutos o varias horas, dejando a la persona completamente agotada. Viene por
lo general de manera brutal, sea en una situación temida sea al improviso. Hay
una diversidad de síntomas, pero las más frecuentemente mencionadas por los
pacientes son:
· * Palpitaciones, taquicardia
· * Transpiración
· *Temblores de músculos o sacudones
· * Sensación de asfixia, dificultad a respirar,
· * Dolores toráxicos
· * Nauseas, dolores abdominales, vómitos
· * Sensación de vértigo, cabeza vacía, impresión de desmayarse
· * Sentimiento de despersonalización (como si fuera otra persona, o
se mirara como en una película),
· * Sentimiento de miedo intenso e inexplicable
·
Los síntomas de un ataque de pánico pueden ser muy impresionantes
y pueden, a veces, parecerse a una verdadera crisis cardiaca o a de problemas
digestivos a repetición (nauseas, vómitos, diarréas,…) . Razón por la que se
debe, en un primer momento, hacer un examen médico (cardiaco y digestivo) para
descartar una causa orgánica. El descarte rápido permite evitar que se haga
crónico el problema y que la persona entre en un circulo vicioso en el que los
síntomas físicos y mentales se agraven mutuamente (las crisis se vuelvan cada
vez más frecuentes y el miedo de la
crisis genere nuevas crisis….).
Si tiene un familiar o un amigo con este problema, sepa que es
realmente serio, pero que tiene tratamiento. Los medicamentos (anxiolíticos y
otros) ayudan a corto plazo a disminuir la intensidad de los síntomas durante
las crisis pero de ninguna manera hacen que desaparezcan.
El tratamiento reconocido como más eficiente es la Psicoterapia Cognitivo
Conductual, que tiene la ventaja de su rapidez (terapias cortas de algunos meses) durante las cuales el
terapeuta ayudará al paciente a desaprender los malos reflejos y adquirir
nuevas maneras (y más adaptadas) de dominar sus miedos y retomar
progresivamente el control de su vida: aprendiendo a gestionar mejor las
reacciones de su cuerpo (sus síntomas físicos), sus emociones, sus maneras de
pensar, sus actividades cotidianas, sus relaciones sociales,….
Información en: www.cleliagalvez.com
El estrés del cuidador de un pariente mayor con Alzheimer
El año 2011 fue declarado como el “Año Internacional de la Investigación sobre el Alzheimer”, esa temida enfermedad neurológica en la que los recuerdos van desapareciendo y la persona emprende un descenso dramático de todas sus facultades, frente a la mirada impotente de su entorno familiar.
Si uno se pregunta: que se realizó en ese año, a parte de los premios, foros y espacios de discusión, al parecer poco se ha avanzado y todavía habrá que esperar unos años más para que las investigaciones den satisfacción a la necesidad de esperanza no solo de los enfermos y sus familiares sino de toda la sociedad que está propensa a sufrirla.
Al ver como evoluciona nuestra sociedad moderna, con menos jóvenes (por la disminución de la natalidad) y mayor porcentaje de población de más edad (se ha incrementado la esperanza de vida), podemos inferir que en las familias estaremos, cada vez más, confrontados a la necesidad de cuidar de nuestros familiares mayores que sufran de enfermedades degenerativas de la edad avanzada, como es el Alzheimer, Parkinson,…
El cuidador principal, es aquella persona (un familiar o una persona contratada para esa labor) que dedica la mayor parte de su tiempo (en horas/día) atendiendo al enfermo, permitiendo así, que otras personas de la familia puedan tener el tiempo de dedicarse a sus actividades cotidianas y adaptarse a la nueva realidad familiar, con un ser querido que sale mentalmente de la dinámica familiar habitual.
El cuidador despliega un esfuerzo constante físico y emocional atendiendo a la persona con Alzheimer (que no mejorará con los cuidados que le dedica, sino que irá agravándose con el tiempo, lo que pesa sobre la motivación), y puede desarrollar a su vez, serias perturbaciones de su salud mental, y más aún cuando ese esfuerzo es acompañado de un aislamiento social.
Diferentes autores que han estudiado el tema señalan que el cuidador desarrolla frecuentemente problemas de ansiedad (nerviosismo, angustia, tensión, estrés, pánico, angustia, ideas obsesivas,…), depresión o síntomas depresivos (tristeza, pesimismo, apatía), hipocondría,…., así como problemas psicosomáticos de dolores de cabeza y de otras zonas, temblor fino, problemas gástricos, trastornos del sueño (insomnio, o sueño no reparador), dificultades de memoria,….
Esos problemas deben enfrentarse, en primer lugar, aceptando que ocurran esas reacciones de agotamiento, que son normales o previsibles dada la situación de sobrecarga de estrés que tiene el cuidador; en segundo lugar, solicitando ayuda a otros miembros de la familia para realizar algunas tareas, a fin de poder reservarse algunas horas para sus asuntos personales o simplemente relajarse; y en tercer lugar, solicitando ayuda a un profesional (psicólogo) o asistiendo a grupos de auto-ayuda.
Comprender la depresión.
Al finalizar el año, la mayoría de personas está programando sus reuniones festivas, mientras que otros van confrontándose a su soledad y al dolor de vivir con la depresión, una enfermedad muy común pero grave si no recibe un tratamiento oportuno.
La depresión es un trastorno emocional en el que los sentimientos de tristeza profunda, pérdida, ira, frustración, desesperanza,… interfieren con la vida cotidiana durante un tiempo prolongado, causándole sufrimiento tanto a la persona que lo padece como a quienes viven con ella, porque es como si estuviera apagada completamente.
La depresión en adolescentes se manifiesta con tristeza, desánimo, pérdida de la autoestima y pérdida de interés por las actividades placenteras habituales. En los niños, con juegos y comportamientos agresivos. En las mujeres, con sentimientos de tristeza, inutilidad, o culpa excesiva y en muchos casos con tentativas de suicidio. En los hombres, con fatiga, irritabilidad, pérdida de interés en las actividades placenteras y problemas de sueño.
En las mujeres la depresión es más común que en los hombres, por la concurrencia de una serie de factores biológicos (hormonales) y psicosociales (ciclos de vida, estrés del trabajo sumado a las responsabilidades del hogar, maltrato,…). Los hombres enfrentan la depresión mayormente recurriendo al alcohol o a las drogas, a un trabajo excesivo y a comportamientos imprudentes o riesgosos.
En los ancianos, los cambios de vida a los que tienen que adaptarse pueden generar o acentuar la depresión, como el hecho de dejar su hogar e irse a vivir a una residencia para la tercera edad, el soportar un dolor crónico, los sentimientos de soledad por la muerte de su conyugue o sus amigos cercanos, la pérdida de su independencia (problemas para movilizarse, cuidar de sí mismo,…), las enfermedades mentales o físicas que puedan tener.
Veamos los síntomas de la depresión, que no son vividos de la misma manera por todas las personas, pero que en esencia son:
- Sentimientos persistentes de tristeza, vacío, culpa, pesimismo,
- Sentimientos de desesperanza, inutilidad, y/o impotencia,
- Irritabilidad, agitación o enlentecimiento (al hablar, caminar, actuar,…)
- Pérdida de interés en las actividades o pasatiempos que antes disfrutaba,
- Fatiga y falta de energía,
- Dificultad para concentrarse, pensar, recordar y tomar decisiones,
- Insomnio, dormir poco o demasiado,
- Comer excesivamente o perder el apetito (subida o pérdida de peso),
- Pensamientos suicidas o intentos de suicidio,
- Dolores y malestares persistentes, dolores de cabeza, cólicos, o problemas digestivos que no se alivian incluso con tratamiento.
La depresión frecuentemente coexiste con otras enfermedades, como los trastornos de ansiedad (estrés postraumático, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de pánico, fobia social y trastorno de ansiedad generalizada), el abuso o la dependencia (alcohol u otras sustancias) o con enfermedades físicas (cardiaca, derrame cerebral, cáncer, VIH/SIDA, diabetes, Parkinson,…).
¿Cómo puede ayudar a una persona deprimida?,
1. Ayúdele a buscar un diagnóstico y tratamiento adecuados. Si es posible, pida la cita en su lugar y acompáñela a la consulta.
2. Converse con ella, escúchela con atención y paciencia.
3. Nunca desvalorice sus sentimientos pero háblele de la realidad y ofrézcale esperanza.
4. Nunca ignore los comentarios sobre el suicidio y comuníquelos, de inmediato, a los familiares, terapeuta, o médico.
5. Invítela a integrarse progresivamente a diversas actividades agradables, pero sin presionarle.
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